Un mundo conectado

Crítica de Rodolfo Weisskirch - Loco x el Cine

Luchando contra molinos de viento

Posiblemente sea la maldición de El Quijote. Desde que Terry Gilliam ha intentando llevar a la pantalla grande su propia visión de la novela de Cervantes Saavedra, nada le ha salido demasiado bien. Tampoco es un realizador que goce de demasiada buena suerte propia, pero aún con altibajos, el creador de las secuencias animadas de los Monty Python ha tenido obras interesantes a lo largo de su trayectoria para ser tomado en serio.

Desde Los Viajeros del Tiempo hasta Pescador de Ilusiones, pasando por su mayor éxito, que fue Brasil hasta el tremendo fracaso de taquilla que resultó Las Aventuras del Barón de Münchausen, Gilliam, siempre estuvo a la búsqueda de una nueva obra que lo catapulte al reconocimiento artístico y la reconciliación comercial en Hollywood.

Probó suerte con producciones ostentosas como Los Hermanos Grimm (con Matt Damon y Heth Ledger) y obras muy independiente como Tideland. Ni una ni otra tuvieron repercusión.

Se podría decir que en los 90s consiguió notoriedad con dos films, ahora de culto, como 12 Monos o Pánico y Locura en Las Vegas. Y de hecho, se encuentran, ambas entre sus productos más “aceptables” de los últimos años. Pero lo cierto es que desde que los Python se separaron – siguen solamente haciendo presentaciones en los escenarios de vez en cuando – a Gilliam le costó reconciliarse con el cine, y sigue añorando la buena cosecha de Brasil.

Y mientras sigue luchando contra la fatiga que le produce no encontrar productores para El Quijote – ya la quiso filmar una vez, y tuvo que abandonar el proyecto porque tuvo mil y un problemas durante el rodaje – busca ideas acordes con su imaginación.

Sus dos últimas películas, El Imaginario Mundo del Doctor Parnassus y Un Mundo Conectado, son historias melancólicas y pesimistas, pero no de un artista joven y existencialista, sino de un realizador agotado, cansado. Y si bien, se pueden disfrutar algunas ideas aisladas, así como destacar las interpretaciones de sus protagonistas, ambas se ven como una manera que tiene Gilliam de revolver el caldo de las viejas ideas.

Si Parnassus tenía una conexión con Münchausen, Un Mundo, se puede leer casi como una secuela de Brasil.

Al igual que el personaje de Jonathan Pryce, el protagonista, Qohen Leth – Christoph Waltz – es un empleado burocrático, que vive en un mundo rodeado de publicidades consumistas, observado por un gran lider empresarial – Matt Damon – que le da trabajos conectado a una computadora. Qohen es un personaje bastante particular, neurótico y esquizofrénico. Habla de sí mismo en forma plural, espera que lo llamen para explicarle el sentido de la vida y habita dentro de una iglesia derrumbada.

Mientras que la sociedad se hunde en la miseria, el cielo está empapelado con imágenes holográficas – parecidas a las de Wall E – que obligan a las personas a consumir comida chatarra.

Cuando el jefe de Qohen – el gran David Thewlis – lo obliga a cumplir una tarea que nadie ha resuelto llamada el Teorema Zero, Qohen empieza a realizarla desde su casa, al tiempo que se relaciona con una stripper, y el hijo del gran líder, que lo ayuda a resolver el famoso “problema” matemático.

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Los primeros 45 minutos del film atrapan porque la atmósfera y la interpretación de Waltz son atractivas y divertidas. Entre la ciencia ficción y el humor irónico, oscuro, que caracteriza a Gilliam, Un Mundo Conectado se deja ver, no porque sea entretenida, sino por el misterio que rodea este nuevo universo, típico, de la cabeza del realizador. Sin embargo, en su segunda mitad, la película comienza a repetirse. Las ideas se agotaron, y se suceden escenas cuasi teatrales, con los mismos personajes dando vueltas sobre los mismos lugares, manteniendo diálogos trillados y monótonos. Gilliam introduce secuencias oníricas, salidas de anuncios comerciales de la década del 60, para quebrar el tedio, pero ya el daño está hecho, y aún cuando Qohen consigue evolucionar como personaje, la película termina perdiéndose dentro de un agujero negro.

La creatividad visual de Gilliam no consigue mantenerse a flote. Quizás por falta de presupuesto, quizás porque el guión no es tan profundo o inteligente como pretende ser. O quizás porque Gilliam se quedó en los años 80 y nada de lo que nos presenta como crítica social – la sociedad tecnologizada, la diferencia entre las clases sociales – es novedoso. Porque ya lo vimos en Brasil y 12 monos, incluso.

Gilliam se copia así mismo, pero se copia mal. El resultado es nuevamente decepcionante.

Quizás, algún día, consiga encontrar el sentido a su vida u obtener su Santo Grial, pero lo seguro es que hasta que no venza a los molinos de viento que le impiden concretar su propia versión de El Quijote – así como Qohen no puede resolver el Teorema Zero, acaso la mejor metáfora de la película – los trabajos de Terry Gilliam, seguirán padeciendo de esa sensación de insatisfacción personal con su propio mundo, de algo incompleto, a medio terminar como la versión de El Quijote del gran Orson Welles.