Después del amor
El deambular de un hombre que acaba de separarse.
La idea del realizador Rodrigo Moreno es acertada. El final de una pareja -en este caso, brusco, inesperado- empuja hacia un territorio de extrañeza, en el que uno resulta ajeno hasta para sí mismo. Este confuso estado y la búsqueda de representarlo con un lenguaje puramente cinematográfico constituyen Un mundo misterioso : un mundo de hoteles dos estrellas, panes untados con ketchup sobre la almohada, desconcierto, vacío, viajes -a pie o en auto- hacia ninguna parte, o hacia territorios raros, desconocidos.
En el comienzo, Boris (gran actuación de Esteban Bigliardi) escucha cómo su novia le dice que quiere tomarse un tiempo. Lo sabemos: las preguntas más lógicas son, casi siempre, las más absurdas. Boris las hace, una y otra vez: ¿Qué es tomarse un tiempo? ¿Cuánto tiempo es un tiempo? ¿Tres días, tres meses, tres años? Hasta que abandona su protectora (y acaso asfixiante) rutina compartida y empieza a deambular por un limbo íntimo. ¿Qué podemos hacer en un limbo salvo deambular? No es raro que Boris lo haga con un viejo auto rumano, una especie de Renault 6 comunista, vehículo de un universo que, como el suyo, se derrumbó sin preaviso.
Moreno no elige un tono dramático sino una comicidad amarga, abúlica, en la todo está un poco corrido de lugar, como en un sueño. Los diálogos que entabla nuestro antihéroe, mecánico, nada demostrativo, están teñidos por cierta irrealidad entre patética y graciosa: un estilo que puede rastrearse en películas de Martín Rejtman o de Aki Kaurismaki.
Muchos críticos marcaron que Un mundo...
está en las antípodas de El custodio . En parte, es cierto. Pero también es cierto que ambas películas tienen un elemento central común: Moreno usa las formas para transmitir el fondo. En el drama con Julio Chávez, el protagonista estaba encorsetado en una estética rígida, repetitiva, como su vida, que lo iba cargando de resentimiento. Boris, en cambio, parece extraviado en una geografía remota, como un turista que equivocó su destino, pero quiere explorarlo.
En este caso, no hay acumulación de angustia ni estallidos: apenas falta de reacción, desamparo. Lo exterior, lo nimio, representa la punta del iceberg de procesos más complejos; por decisión de Moreno, tácitos. Esta elección, la de representar un estado anímico a través de actos triviales y de atmósferas levemente melancólicas, transmite cierto tedio. La película anticipa su deliberada carencia de dramatismo. Boris pregunta por el argumento de un libro y alguien le dice: “No pasa nada. ¿Por qué siempre tiene que pasar algo?”