El único misterio es cuándo termina el film
Dos preguntas definen esta película. La primera, cuando en la larga secuencia de apertura la pareja del protagonista le dice que quiere tomarse un tiempo para estar sola. El otro da sus vueltas filosofales sobre el concepto de tiempo, y termina consultando «¿Tres días, tres meses, tres años?». La segunda, cuando ese mismo personaje pregunta por la resolución de una novela y otro le responde «No pasa nada, ¿Por qué siempre tiene que pasar algo?».
El incauto que pagó la entrada bien podría contestar indignado a esta última pregunta, mientras se hace repetidamente la primera: ¿tres días, tres meses, tres años? No, sólo cien minutos. Pero es difícil que algún incauto entre a verla. Casi todo el mundo está avisado, desde su rechiflada presentación en el Festival de Berlín, en cuya conferencia de prensa un periodista preguntó seriamente «En cierto momento la cámara abandona al personaje. ¿Eso significa que hasta la cámara se desinteresa del mismo?».
Es que, expulsado de su pequeño paraíso, y sin nada útil que hacer en su vida, el susodicho se dedica a vagar en un auto que también pide tiempo, charlar pavadas en tono aburrido con gente que tiene tiempo de sobra, cultivar la abulia, y, por suerte, intentar algunos arrimes con señoritas de buen porte y acceso poco complicado. Esas escenas aportan algo a favor, así como la buena banda sonora, donde por ahí se escucha un tema inhabitual de Gardel, una canción francesa que grabó aquí en 1931 con la Orquesta Grégor, y él entona con timbre propio de los nativos de Toulouse, según dicen los estudiosos. Otros méritos pueden encontrarse en el juego de reconocer los lugares que aparecen en la película, casi todos propios de la ciudad, o encontrar los parecidos entre el viejo Renault 6 y el supuesto Tohka rumano que compra el personaje, o entre esta película de Rodrigo Moreno con las de Martín Rejtman y (muchísimo más difícil) Aki Kaurismaki. Diferencias hay varias