Un novio para mi boda

Crítica de Cristian A. Mangini - Fancinema

CREER O REVENTAR

Hay una constante en Un novio para mi boda, el sufrimiento. Más allá de lo que se pueda adivinar como una comedia romántica noventosa -en particular en el timing de los diálogos- con una puesta en escena elegante, la película oculta detrás de cada risa una llaga agridulce que se intensifica a medida nos acercamos al desenlace. Este balance es poco afortunado y confuso, pero tiene una intención: la directora Rama Burshtein no está del todo dispuesta a abrazar el tono ligero de la comedia sin al mismo tiempo afincar un sistema de creencias cimentado en el judaísmo ortodoxo. La protagonista se encuentra alienada en su sistema de creencias por una necesidad irresoluta de casarse y concretarlo le permite, de alguna forma, volver a pertenecer sin la duda que la acongojaba. En definitiva, de eso se trata, es una comedia romántica que se construye desde la fe. No vamos entonces con esta crítica a profundizar sobre los elementos ideológicos y religiosos que la atraviesan, sino a tratar de desmenuzar los motivos de su ejecución irregular.

Michal (interpretada por Noa Kooler, que sabe sacar el jugo de los largos primeros planos con que la directora se arrima) es una joven de 32 años con profundos deseos de casarse pero la experiencia se le presenta esquiva. Tras varios encuentros fallidos, finalmente encuentra a Gidi, un joven con quien inicia los preparativos para la boda. Todo marcha de maravillas hasta que, con salón y catering contratado, el muchacho decide plantearle que no la ama. Lejos de abandonar sus planes, Michal decide creer que eventualmente se le va a presentar una nueva pareja con la cual cubrir el espacio abandonado por Gidi. Esto la lleva a conocer potenciales candidatos por distintos medios, manteniéndose el suspenso hasta el final de quién cubriría ese puesto, con la esperanza de que el compromiso se concretará como sea. Esta búsqueda tiene un tono cómico y los mejores momentos del film gracias a la tarea de Kooler, pero también gracias a la naturalidad con la que fluye el diálogo. Desafortunadamente, lo mejor cede a lo peor cuando la protagonista entra en pozos de drama que nos llevan a cuestionar la unidimensionalidad del personaje, ya que no aparece ni una veta de ambigüedad o complejidad en su búsqueda. Lo que es peor, también da lugar a la aparición de líneas que parecen sacadas de libros de autoayuda, haciendo inverosímil la situación dramática que atraviesa. Pero como se mencionó, esto parece tener más que ver con darle rigurosidad y solemnidad a su búsqueda.

Visualmente hay en la directora una mirada rigurosa y cuidada que recae en los largos primeros planos que mencionábamos y en el detalle de elegir, sabiamente en algunos casos, dejar algunos elementos fuera de cuadro para focalizarse en Michal y la interacción con su familia y amigas. Este respeto por el punto de vista es lo que nos permite generar empatía más allá de las irregularidades en un guión que por momentos se resquebraja bajo el peso del drama. Por otro lado, y uno tiene la impresión de que esto proviene de la cosmovisión desde la cual plantea el film la realizadora, con toda su unidimensionalidad la protagonista aparece con una complejidad que no se observa en ningún momento en los personajes masculinos, algo que los hace parecer gurúes o entidades, caricaturas idealizadas que emiten cataratas de consejos y observaciones agudas que siempre hacen parecer a Michal o sus amigas como neuróticas, algo que resta verosímil a la interacción entre los personajes -y aún más si de lo que hablamos es, después de todo, de amor-.

Comedia romántica irregular con retazos de una sufrida protagonista que tiene lo mejor en la actuación de Kooler, Un novio para mi boda se balancea entre dos géneros y no puede terminar de definirse en el relato, entregando sin embargo un relato que tiene por momentos una notable agudeza.