La israelí Un novio para mi boda podría haber sido una comedia romántica de Hollywood protagonizada por Meg Ryan o Julia Roberts en los ’90 o, más acá en el tiempo, por Anne Hathaway o Katherine Heigl. Como en aquéllas, la protagonista es una chica más buena que Lassie a la que, sin embargo, no le sale nada bien.
Michal es una mujer judía ortodoxa de 32 años que está a punto de casarse. O estaba, dado que apenas un mes antes de la ceremonia el novio decide cancelar. Ella, ya con el catering contratado, decide seguir adelante con su plan original, aun cuando esto implique encontrar un hombre dispuesto a aceptar el compromiso en treinta días.
La directora y guionista Rama Burshtein apuesta por una historia al uso, con Michal cruzándose con potenciales candidatos de los más disímiles en disputa. El abanico abarca desde un rabino hasta una suerte de estrella de la música pop romántica.
Rodado casi enteramente en primeros planos y dueño de una puesta en escena y decisiones formales dignas del flamante culebrón de Sebastián Estevanez, el film no funciona en ningún aspecto: como estudio de personaje no va más allá del trazo grueso, como comedia dramática apenas esboza alguna situación interesante y como retrato social es un cúmulo de lugares comunes sobre el judaísmo. Así difícilmente alguien quiera dar el “sí” ante esta película.