Al Pacino es un actor que vive el crepúsculo de su carrera en Un nuevo despertar, la nueva película de Barry Levinson, uno de los grandes que quedan en Hollywood.
Se sube el telón y el laureado actor Simon Axler, un veterano del teatro, nos dice que el mundo es un escenario y que los hombres y mujeres son meros actores. La frase se repite y resuena en la sala porque la voz de quien la pronuncia es de otro famoso actor que vive el crepúsculo de su carrera: Al Pacino. Las líneas shakespereanas atrapan y hacen que todos presten atención al discurso de ese actor/personaje que, antes de salir al escenario, besa las máscaras de su propia tragedia y comedia.
Así empieza Un nuevo despertar (su título original es The Humbling), película basada en una novela del también famoso veterano de la literatura norteamericana Philip Roth y dirigida por Barry Levinson (Rain Man), uno de los pocos grandes que quedan en pie en la cada vez más pesadillesca fábrica de los sueños.
Simon es un actor entrado en años que siempre se movió en las tablas como en la vida cotidiana. Hasta que un día se da cuenta de que esa capacidad natural para actuar comienza a extinguirse y que su vida está justo en ese punto donde se empieza a perder gradualmente lo que mueve y activa a las personas: el deseo.
Después de un intento de suicidio fallido, Simon decide recurrir a una institución para el tratamiento y la rehabilitación. Allí conoce a Sybil (Nina Arianda), una extraña mujer que le pide que asesine a su marido. Pero una vez que Simon vuelve a su mansión se lleva una sorpresa mayor. Alguien le toca la puerta y al abrirla se encuentra con la seductora Pegeen (Greta Gerwig), la hija de una vieja amiga, a la que sólo recordaba como niña y nunca la hubiese imaginado convertida en semejante mujer.
¿Qué hacer ante la senilidad que avanza lenta pero segura? ¿Podrá Pegeen cambiar su vida y devolverle la capacidad para actuar? Estas son las cuestiones que preocupan a Simon. Y si la línea que separa al genio de la locura es muy fina, este es el drama de un personaje que se encarga de borrar esa línea.
Barry Levinson utiliza mucho el primer plano, el plano corto, la cámara al hombro que se mueve de un rostro a otro en el medio de escenas intimistas, de confesiones, de delirios y largos monólogos y soliloquios existenciales. Y, por supuesto, no faltan las fantasías eróticas marca Roth y los vaivenes cómicos de su protagonista sexagenario.
Meterse con un texto ajeno siempre es un riesgo y Un nuevo despertar no hace más que demostrar que a su director le salen mejor las cosas cuando dirige sus propias historias, cuando se mete en su territorio, en Baltimore, donde está la gente que conoce, como en la excelente Diner, su ópera prima. Sin embargo, Levinson logra intercalar de manera clara la historia que Simon le va contando a su psicólogo. El resultado es una película digna que evita los golpes bajos y el sentimentalismo lacrimógeno.