La locura que consume a la genialidad
Es curioso, y quizás a algunos nos dé pena, cómo este film pierde durante un gran lapso el hilo de lo que podría haber sido una gran película. El juego al que nos invita Barry Levinson nos inserta en la vida de un actor que se consume a sí mismo, pero termina consumiendo también a la película.
Un nuevo despertar da a conocer a un hombre que ha dedicado toda su vida a la actuación, pero que en los últimos tiempos ha perdido su aptitud y hasta la cordura. Con estos problemas no le queda otra posibilidad que tomar un descanso del trabajo. Y es ahí cuando empieza a notar que para él la vida es actuación, todos estamos dentro de un gran escenario que es el mundo. La teorización que realiza el personaje no es nueva, pero a mi gusto siempre es interesante este concepto y el personaje que realiza Al Pacino no busca innovar sino que descubrir esto. Se mira, y empieza a descubrirse actuando en todo momento. Este límite fino que plantea entre el arte y la realidad hace que este actor haga de su vida un arte.
Estos puntos que planteamos recién sobre el film lo colocan en un estilo de película que busca teorizar sobre el arte mientras que lo teórico se vuelve fáctico. Inclusive se plantea, de una manera muy interesante, cómo el espectador confunde la personalidad, o al actor mismo, con el personaje que encara. En este sentido la propuesta es atractiva y bien trabajada al comienzo. Sin embargo, luego de los primeros veinticinco minutos cae en una laguna, muy parecida a la que vive el personaje, de la que no se recompone hasta el final, que termina con el mismo estilo de cómo comienza.
Películas como Un nuevo despertar generan una inquietante bronca, porque uno como espectador encuentra razones por las cuales el producto final tendría que haber sido mejor. Y a pesar de un muy buen planteo inicial y una banda sonora llamativa, el film termina consumiéndose a sí mismo.