En su segundo largometraje, Un papá singular, Mike White presenta un retrato sincero sobre las frustraciones de la mediana edad y junto a la gran interpretación de Ben Stiller consigue el equilibrio justo entre comedia y drama.
Brad Sloane (Ben Stiller) es un hombre sumergido en su monólogo interno, escucha una voz que le dice constantemente que es un fracaso. Ahora con 47 años, casado y con un hijo adolescente, observa su vida desde sus frustraciones e intenta ver lo que no funcionó. Le quita el sueño no poder cumplir sus expectativas. Y además piensa que su vida social y familiar es excesivamente común.
A pesar de ser un tipo de clase media alta sin necesidades y que dirige su propia organización sin fines de lucro, no puede huir de sus pensamientos y de sus constantes críticas. Su propia percepción se ve nublada por su fijación con compararse con los demás. El fracaso que tanto lo perturba es porque no ha logrado el éxito material y laboral de sus viejos amigos de la universidad. Para él la vida es una eterna competencia y es entonces cuando comienza a sentirse invisible.
“El mundo me odiaba y el sentimiento era mutuo”, se lamenta. No se siente revelante, excepto para su esposa Melanie (Jenna Fisher) y su talentoso hijo Troy (Austin Abrams). En medio de su obsesión con el pasado y la búsqueda de un statu quo utópico, logra percatarse de que, a lo mejor, la incursión de su hijo en una prestigiosa universidad sea la situación que necesita para calmar su ansiedad de triunfo. O al menos eso cree.
Desde el principio se observa que es una película de crisis de la mediana edad, en este caso masculina, pensada para la reflexión y las risas. White presenta una comedia no en el sentido clásico de la palabra, sino una donde se parodian todos los elementos trágicos. La impecable interpretación de Stiller conmueve y logra que el público se sienta identificado con la frustración de su personaje. La necesidad dramática de Brad se refleja en todos sus pensamientos: confusión, inseguridad y la constante búsqueda de reconocimiento. Pensamientos comunes que rondan en la mente de la mayoría de las personas.
Pero lo que Brad no sabe es que su percepción de los demás es, en realidad, una ilusión. Su envidia nace a raíz de hipótesis que él solo se imagina. Y esto lo convierte en un narcisista de su propia mismidad. Porque lo que no entiende es que ese proceso de igualación que tanto anhela es, claramente, un proceso de consumo. Regulado por un mercado que busca la competencia como forma de socialización y de pertenencia. Brad no es más que otro esclavo de este sistema.