Ben Stiller encarna a un hombre que atraviesa una crisis de la mediana edad al darse cuenta que a todos sus amigos de la universidad les ha ido económicamente mucho mejor que a él en esta comedia dramática que plantea temas muy interesantes pero lo hace de una manera un tanto reiterativa.
Hay expresiones usadas comunmente en redes sociales, como “First World’s Problems” o “White People’s Problems”, que sirven a la perfección para describir los, digamos, problemas de Brad (Ben Stiller), un tipo de 47 años que no puede dormir por las noches porque sueña con sus compañeros de universidad que se volvieron multimillonarios en distintas carreras (uno es cineasta, otro autor, otro empresario) mientras él tiene una vida que, al menos para su específico recorte del universo, es la de un ciudadano de tercera clase. Es decir: tiene una cómoda casa en Sacramento, una pequeña empresa que trabaja conectando donantes con ONGs, un hijo talentoso de 17 años a punto de entrar en la universidad y una esposa en apariencia muy comprensiva. Pero él se compara con sus viejos colegas y sufre: “¿Qué hice mal?” “¿Por qué ellos triunfaron y yo no?”.
Uno sabe más o menos de entrada para dónde irá esto, pero lo mejor que tiene para ofrecer este segundo filme como director de Mike White (habitual guionista del director Miguel Arteta, de películas como ESCUELA DE ROCK y creador de la serie ENIGHTENED) es que uno logra meterse en la tortuosa mente de Brad, más que nada porque, en la piel de Ben Stiller, es un tipo de personaje sufrido, pasivo/agresivo y torturado que nos tiende a caer simpático. A partir de su quejosa y constante voz en off, Brad nos da a conocer su visión del mundo y el mayor logro de White y del filme es que, al menos durante una buena porción del relato, lo seguimos tolerando. Hasta que, bueno, ya es imposible de aguantarlo por más carita de perro degollado que ponga Stiller.
La película toma como eje el viaje que Brad hace junto a su hijo a Boston a tener reuniones en las más prestigiosas universidades. El hijo es un brillante músico y compositor que podría ingresar a lugares como Harvard gracias a ese talento, lo cual alegra a papá Br9ad pero por motivos puramente egoístas, como para humillar, empatar o alcanzar a sus colegas. Así es que mientras el chico trata de ver qué hará con su vida de una manera mucho más relajada, su padre se dedica a acompañarlo. Con dedicación y cariño, sí, pero más preocupado en su propia crisis que en otra cosa.
A lo largo del recorrido, Brad se topará con algunas personas que lo harán reflexionar sobre su situación, en especial dos chicas (una india, otra asiática) que tocan música y son amigas de su hijo, y con las que choca ideológicamente. Es que todo lo que él hace trabajando para organizaciones sin fines de lucro a ellas les parece fascinante, pero su consejo es que no hagan lo que hizo él sino que hagan dinero y a otra cosa. Esto, claro, las lleva a ellas a una decepción y a él a unos replanteos –especialmente a partir de lo que le dice la chica de Delhi– que son muy humanos y comprensibles, pero que acaso estén puestos en el filme de una manera excesivamente obvia y políticamente correcta.
Las preguntas que se plantea Brad en el filme tienen sentido en un mundo dominado por la apariencia del éxito a partir de las redes sociales. Es que esa es la ventana por la que Brad ve a sus amigos y la que lo hace sentir un fracasado, aunque uno está seguro que tan bien no les va. Y más de uno, al llegar a cierta edad, se ha planteado si haber seguido ciertas carreras humanitarias o haberse dejado llevar por ciertos ideales de juventud no fue un error ya que, obviamente, no es la mejor manera de ganar dinero. Pero lo cierto, como dirían por ahí, es que a Brad le cabe también aquella frase de “a vos no te va tan mal, gordito”.
Como BEATRIZ AT DINNER, película de Arteta con guión de White estrenada en los Estados Unidos hace unos meses, lo que le preocupa al guionista/director es el choque entre los exitosos y los idealistas, entre los que “triunfaron” y los que se dedicaron a “hacer el bien”. Como en ese filme, el debate es más interesante como punto de partida para una conversación que como película en sí. White no consigue armar del todo un filme alrededor del monólogo interior torturado de Brad, pero gracias al talento de Stiller para interpretar a un personaje que va dejando en claro de a poco su nivel de alienación respecto al mundo real –y a su hijo, cuya sola mirada lo baja a tierra–, logra tocar unos puntos sensibles de la crisis de los 40… en su versión estadounidense.