Una comedia sobre el universo masculino con resultados apenas destacables.
Ben Stiller ya había avisado en La vida secreta de Walter Mitty que los tiempos salvajes y satíricos de su etapa más prolífica e interesante como director y actor habían quedado atrás. Los ecos de aquella comedia dramática con tintes filosóficos y de autoayuda sobre el sentido de la vida resuenan en Un papá singular.
El protagonista de Zoolander es Brad, un hombre de 47 años con un trabajo en una ONG que le ha dado más satisfacciones espirituales que dinero, un matrimonio tan estable como falto de sorpresa y un hijo a punto de empezar la facultad. Es, pues, un buen momento para preguntarse qué ha hecho en su vida.
A diferencia de lo que el título local plantea, Brad se siente cualquier cosa menos singular. La singularidad, al menos para sus ojos, está en aquellos compañeros de secundario que comparten postales de éxito laboral y personal en redes sociales. En ese sentido, el Brad's Status original es mucho más pertinente dado que el gran tema del film no es otro que la percepción de pertenencia a un círculo social.
Un viaje por Boston para ver universidades con su hijo (Austin Abrams) le sirve a Brad para reencontrarse consigo mismo y ver cuánto de aquello que hubiera querido ser hay en su presente. Un punto de partida interesante que, sin embargo, no se traduce en una película del todo redonda.
Estrenado en el reciente Festival de Toronto, el film dirigido y guionado por el también actor Mike White oscila entre el intimismo y la sutileza y un tono pedagógico y moralista que se ilustra en una voz en off omnipresente. Con un poco más de confianza de White en su materia prima, esta visita a los avatares del mundo masculino hubiera sido bastante distinta al vuelo rasante que finalmente es.