UN DOLOROSO MONÓLOGO INTERIOR
Un papá singular (horrible título local para el más exacto Brad’s status) es una suerte de diálogo interior extremo: mientras recorre universidades con su hijo, Brad (Ben Stiller, excelente) se debate en su cabeza sobre su vida, sobre aquello que no alcanzó a cumplir, sobre las posibilidades que dejó escapar y sobre lo que él mismo representa en un presente que considera mediocre, lejos del éxito y el glamour de sus ex amigos, entre los que hay escritores famosos, empresarios millonarios, tipos que se dedican a la buena vida. Lo extremo del asunto no pasa sólo por cómo Brad se autoflagela desde el pensamiento, sino porque el guionista, director y coprotagonista Mike White recurre a una voz en off constante que se ilustra con una banda sonora repetitiva y puntual, que redunda en un recurso por momentos asfixiante, hacia el espectador y hacia la propia narración. Sin embargo, White puede ir más allá de lo verbal, de la oralidad, para construir imágenes que tanto contradicen el relato de Brad como demuestran que aquello que se representa es en ocasiones una construcción del frustrado protagonista.
Lo de la voz en off de Un papá singular es clave: uno puede sentirse saturado, realmente, y abandonarla a los 20 minutos. Pero si se logra atravesar esa instancia, si uno se entrega a ese monólogo terrible con el cual el personaje se desgarra ante nuestros ojos, sin dudas que nos enfrentaremos a una propuesta que alcanza altos índices de honestidad y humanidad. Y, también, a una identificación que por momentos nos revela nuestra propia oscuridad. A Brad lo puede la insatisfacción y lo moviliza una ambición un tanto negativa: ve en la oportunidad que tiene su hijo para ingresar a una buena universidad, la chance de elevar ese estatus social que tanto lo obsesiona. A partir de ahí, celos, egoísmos, individualismo, que surgen al compartirnos su mundo interior. Por fuera, Brad trabaja para una ONG y trata de ser un hombre amable, por más que no puede pegar un ojo cada noche. Esa contradicción es notable, una fachada que no evidencia la incomodidad interior y que también fortalece la honestidad de la película: no cae en lugares comunes, no construye un personaje sórdido ni terrible o fácilmente asimilable, y ni siquiera sucumbe ante las enseñanzas de vida o a la afectación indie.
Mucha de la honestidad que desprende la película se debe a la notable interpretación de Stiller y la simbiosis que logra con Austin Abrams. Se sabe, Stiller es un gran comediante del mainstream, pero también ha sabido hacerse un lugar en el cine independiente. Y lo ha hecho en películas que tienen un aire de comedia (Tus amigos y vecinos, Greenberg), pero con un registro mucho más sutil y que en ocasiones desemboca en lo dramático. Si uno de los temas en las comedias más directas de Stiller es la incomodidad en espacios sociales (La familia de mi novia era un tratado sobre la incomodidad), cuando transita el circuito indie esa incomodidad se reconvierte en una textura metafísica. En Un papá singular, esa incomodidad, ese corrimiento del eje que sufre el protagonista es siempre disimulado físicamente pero aparece con toda la fuerza en el relato en off. Junto a Stiller, Abrams construye un coprotagonista ejemplar: es el hijo que padece en silencio la obsesión y hasta la presión del padre, y el que mejor interpreta ese derrumbe emocional que está sufriendo, aunque lo asume con pasividad. Un papá genial es también una película sobre un padre y un hijo, y cómo intentan conectar.
El mayor logro de White es el de construir un film doloroso y lacerante, que nunca pierde cierta amabilidad. Eso se debe a la comedia que amortigua la acidez. Pocas veces el cine de Hollywood ha tenido la valentía de plantear que ese mundo que muchas veces se nos vende como ideal desde las películas, no es más que el deseo sectario de una minoría blanca y de clase media norteamericana. Uno de los personajes se lo espeta al pobre Brad, que tal vez hará en ese momento el clic necesario para darse cuenta que el problema no es tanto lo que el mundo ha hecho con él, sino el hecho de que sus idealismos del pasado se han pervertido en función de algunas comodidades burguesas. Y que eso es, en el fondo, inevitable. Un papá singular es una película realmente compleja y ambiciosa, que tal vez se resiente por su ritmo algo monótono, pero que nos ofrece a cambio una dosis de verdad poco habitual.