El cineasta Alejandro Montiel se perfila como un nuevo y diestro artífice de largometrajes de género en nuestro medio. Ha transitado hasta ahora por formatos marcadamente diferentes, como la comedia grotesca en Las hermanas L, el documental en Chapadmalal y el policial romántico con protagonistas reconocidos en Extraños en la noche. Ahora, arribando a su tercer film dirigido en soledad, en Un paraíso para los Malditos Montiel incursiona decididamente en el thriller de acción con condimentos dramáticos. Aunque la acción aparezca a cuentagotas, cuando se desata, resulta potente, demoledora; y el suspenso con toques de angustia está muy presente a lo largo del metraje. El factor dramático también sostiene con firmeza una breve historia salpicada por alternativas intensas que van alimentando la narración. El personaje principal es una suerte de actor de los submundos que asume dos personalidades, una como el sereno en un depósito de una fábrica del conurbano, y otra cuando pasa a ser el hijo de un hombre postrado y con trastornos. Habrá crímenes, amor y una suerte de “familia” ficticia que funcionará para él como una compensación afectiva, una razón para existir y luchar. Interesante en su formulación, el film no logra superar algunos huecos dramáticos y narrativos, pero se redime en su excelente criterio estético y los magníficos climas audiovisuales que logra. Notable Joaquín Furriel como el taciturno y contenido protagonista, muy bien acompañado por la verosímil Maricel Álvarez y un despojado Alejandro Urdapilleta.