A veces tiene que llegar una película para que otra florezca en el recuerdo. Me pasó mucho este año con “El secreto de sus ojos”. La obra maestra de Campanella es una película de género, clásica, con mucha ambición. Terminó por ser una gran experiencia, más para todos los que pudieron verla en cine, pero lo cierto es que la película se vuelve única cuando vemos otras que nos recuerdan sus virtudes. En “Un paraíso para los malditos”, Marcial (Joaquín Furriel, muy lejos de sus últimos grandes trabajos en teatro y su “Turco” en “Sos mi hombre”) decide adoptar la vida de otra persona y sus razones no son claras aunque luego pueda esbozarse una interpretación. Lo que sí está claro es lo que la película quiere ser.
No vale que por ser una película de género y de recursos clásicos nos permitamos ser menos críticos con sus obvias intenciones o sus lugares más comunes. ¿Se acuerdan de “Todos tenemos un plan”? Así, de título largo como esta. Estaba Viggo Mortensen, Soledad Villamil, Daniel Fanego, Sofía Gala (lo mejor del film) y una envidiable producción que se fue a filmar al Delta. Ahora que recuerdo, al igual que esta, aquella era una película traicionada, superada por sus intenciones. Cuando las intenciones están en primer plano hay que procurar no estar descuidando la historia.
Nos damos cuenta que "Un paraíso para los malditos" prioriza las intenciones cuando podemos contar mucho sobre cómo está hecha la película, sobre su estado de ánimo o sobre los climas que logra pero no podemos decir nada sobre lo que pasa dramáticamente. ¿Cómo cuento de qué se trata este film si pesa más el clima que el film quiere lograr que lo que viven sus personajes? ¿Cómo va el espectador a justificar sus decisiones dramáticas más fuertes si nada lo prepara para esas situaciones?
Vayamos a otro universo terminológico y supongamos que todo film tiene una “pose”. “Un paraíso para los malditos” estaría posando desde los siguientes lugares. Si Alejandro Urdapilleta es un buen actor para hacer de loco, porque se lo asocia con ese tipo de rol, entonces lo ponemos a hacer de loco. Si Furriel puede hacerse el tipo duro para demostrar algo más de carácter (es un problema y un desafío con el que batallan la mayoría de las estrellas de televisión cuando buscan un mayor reconocimiento y hacen sus proyectos en cine y teatro; da para rato), pues démosle el papel de duro. Y que el tono de la película sea misterioso, lúgubre, macabro…completar a gusto. Como a mí me parece que el film posa, ninguno de estos elementos, por efectivos que puedan ser, me transmiten la mínima verdad. Atención, que la película no quiere asumirse en pose, por eso avanza firme y segura. Pero está posando.
El final del film sentencia su propia forma de realización. Es tan abrupto e injustificado como cada paso que avanza en la trama, aunque la película esté convencida de lo contrario; los cabos quedan más sueltos que en el thriller promedio; los diálogos son de una solemnidad que la película intentó esquivar con economía de recursos cuando era en verdad parte de su naturaleza.