Primera constatación: Joaquín Furriel debería haber nacido donde el cine de género tuviese más presente y futuro, porque parece haber nacido para eso. No necesita hablar para que parezca, en este film, una versión Conurbano del Samurai que interpretó Alain Delon alguna vez. Este hombre es un asesino, comete un crimen y ocupa el lugar del muerto. Pero también consigue una familia de la que, poco a poco, se vuelve responsable. El espectador sabe que cualquier felicidad en este terreno es efímera y que se camina por una cuerda floja; el realizador Alejandro Montiel también sabe que está en campo conocido y por eso mismo deja de lado cualquier deriva, cualquier elemento que pueda disolver las posibilidades del drama o del suspenso. Adaptada a ese tono menor, a contar un cuento lo mejor posible, lastrada quizás por algún efecto dramático de más, Un paraíso... es una película noble y precisa, de esas cuyas criaturas nos importan.