Un paraíso para los malditos es una película un tanto rara, no porque esté mal actuada o filmada sino porque la historia se encuentra como a la deriva y no queda claro qué es lo que se le quiere contar al espectador.
Mismo desde el poster el concepto es erróneo, al verlo una piensa que se trata de una cinta de acción y no es así dado que hay solo un par de secuencias de ese género y las mismas son muy cortas.
Joaquín Furriel se carga la película al hombro en la totalidad de su duración ya que prácticamente aparece en todas las escenas y la verdad es que sale airoso. Los problemas de su personaje no pasan por su caracterización sino por temas de guión: no se sabe sus motivaciones ni ambiciones y por qué toma las decisiones que toma. O sea, uno puede hacerse una idea y construir teorías pero en este film en particular no es lo que corresponde.
A Furriel lo acompaña muy bien Alejandro Urdapilleta en una gran labor. Lo mismo sucede con Maricel Álvarez, por lo que se puede hablar de un elenco sólido.
No obstante, una película requiere más que buenos actores para hacerla atractiva y es una lástima porque potencial hay y la factura técnica es muy buena.
El director Alejandro Montiel (Extraños en la noche, 2011) consigue generar buenos microclimas enmarcados por una muy hábil fotografía y edición pero se queda corto en lo macro porque la historia se cae sobre sí misma.
O sea, el film no es malo y no posee un mal ritmo por lo cual no es aburrido pero la historia hace agua y eso no es un dato menor.
Seguramente muchos compartirán esta hipótesis y al salir de la sala tendrán más preguntas que satisfacciones comenzando por el principio: ¿Qué se quiso decir con el título?