Sobre el exterminio focalizado.
¿Qué sería de nuestra vida sin las reinterpretaciones históricas que tan a menudo nos ofrece el séptimo arte? Definitivamente nos quedaríamos sin un vendaval de “imágenes ilustrativas” de muchos acontecimientos de la más variada índole, a veces orientadas a la ratificación de determinadas perspectivas y en otras ocasiones negándolas con gran vehemencia. De hecho, esa “gran vehemencia” de décadas pasadas ha ido desapareciendo al ritmo de la licuación paulatina de los preceptos militantes de antaño, esos mismos que fueron reemplazados por un “medio pelo” relativista que busca la eterna reconciliación en pos de finiquitar discursivamente disputas que en la praxis están más candentes que nunca.
Así las cosas, al cinéfilo que asume su responsabilidad ideológica no le queda otra que conformarse con films prolijos como Un Pasado Imborrable (The Railway Man, 2013) y aceptar que epopeyas lacerantes como 12 Años de Esclavitud (12 Years a Slave, 2013) constituyen una excepción a la regla general. Hoy hablamos de una propuesta “correcta” a nivel político que analiza la construcción durante la Segunda Guerra Mundial del ferrocarril que une Tailandia y Birmania a expensas de los prisioneros de los campos de concentración montados por los japoneses en la región. Con vistas a profundizar la campaña del Eje en Asia, para el tendido de las vías se utilizaron hombres que fueron reducidos a la esclavitud.
Cuando nos topamos con una nueva película que nos presenta a un norteamericano o a un británico como víctimas del “exterminio focalizado” del momento, no podemos más que sonreír sabiendo que los gobiernos de esas naciones fueron los verdaderos “pioneros” modernos en la materia, los primeros en el infame “genocidio filipino” y los segundos durante las “guerras de los bóeres” en Sudáfrica, dos conflictos de fines del siglo XIX en los que dichos regímenes imperialistas asesinaron a miles de ciudadanos indefensos. Como no podía ser de otra manera, aquí la trama se centra en un inglés, el taciturno Eric Lomax (Colin Firth), un ingeniero que fue torturado salvajemente por las fuerzas de ocupación.
La realización comienza con un “esquema romántico” en función del encuentro fortuito de Eric y Patti (Nicole Kidman) en un tren y su relación posterior, continúa como un drama bélico cuando luego del matrimonio aparecen los primeros comportamientos erráticos del esposo, lo que reenvía a flashbacks varios del enfrentamiento a través del relato de Finlay (Stellan Skarsgård), el mejor amigo de Eric, y finalmente termina bajo el devenir de un thriller de venganza acorde con el “descubrimiento” del paradero actual del principal responsable del martirio según el protagonista, Takeshi Nagase (Hiroyuki Sanada), el traductor oficial de la Kempeitai -la policía militar- del campo de concentración de turno.
Precisamente la estructura del convite es uno de sus rasgos más interesantes, ya que gracias a las alusiones a La Muerte y la Doncella (Death and the Maiden, 1994) logra esquivar los clichés acerca de las “cicatrices de guerra”. Otro factor que compensa el automatismo sereno del director Jonathan Teplitzky y ciertos diálogos un tanto anodinos del guión de Frank Cottrell Boyce y Andy Paterson, a partir del texto del propio Lomax, es el excelente desempeño del elenco, con una prodigiosa Kidman a la cabeza: sobre sus hombros recae el “peso emocional” de la crónica porque Firth se mueve con un semblante semitrágico que cumple dignamente aunque nunca llega a deslumbrar, al igual que la obra en su conjunto…