EL VENENOSO MUNDO DE PAUL FEIG
Tenemos a Paul Feig de grandes comedias como Damas en guerra o Chicas armadas y peligrosas (también en televisión, con la gigante Freeks and geeks), aunque se ha manifestado en reiteradas ocasiones como un fanático del thriller. Y precisamente con Un pequeño favor se mete de lleno en el género, tomando como base la novela de Darcey Bell y encontrando espacio, entre giros y revelaciones, para seguir aportando su dosis de humor, aunque retorciendo su estilo hacia un costado más oscuro, venenoso y reptil. Un pequeño favor es un juego hitchcockneano que mantiene no sólo lo previsible del maestro, sino también lo más difícil de capturar: esa esencia maledicente, ese espíritu sardónico para mirar y hallar lo perverso en los pliegues personajes sin perder la elegancia.
Feig es un director distinguido (y si han visto su vestuario por ahí, es alguien con absoluto estilo, un poco old fashioned…. sepan disculpar este dato irrelevante pero hagan clic acá y vean) que aprovecha el thriller, además, para pulir superficies esplendorosas y refinadas. Empezando por una fascinante secuencia de créditos y un estupendo uso de la banda sonora con viejas canciones francesas, y continuando por un acercamiento al mundo de los suburbios norteamericanos, a esa fricción de clase bien representada en los personajes de Stephanie (Anna Kendricks) y Emily (Blake Lively, aprovechada en todo su nivel de sofisticación): la primera es una joven viuda que se sostiene gracias al seguro de vida de su esposo mientras explora la posibilidad de convertirse en estrella de las redes sociales; la segunda es una mujer de alta sociedad que trabaja en el mundo del diseño, con un marido vividor y un nivel de vida que amenaza con hacerse insostenible. Lo que comparten es la amistad de sus pequeños hijos, lo que las convertirá progresivamente en madres compinches hasta que estalle la tragedia: Emily desaparece sin dejar rastro.
Esa primera parte es por lejos lo mejor de Un pequeño favor, porque Feig se mueve a sus anchas explorando el universo personal de esas dos mujeres, con su impecable timing cómico y su natural don para la dirección de intérpretes. El universo que retrata el director es uno repleto de personajes heridos pero que no dudan en lastimar al otro como método de supervivencia, tanto en sus protagonistas como en ese coro de secundarios que representan los padres de los otros chicos del colegio. Stephanie y Emily son las dos puntas de un mismo dilema: ¿cómo sobrevivir cuando el mundo se dedica a devorarnos sin remedio? Stephanie es la perdedora, la que busca acomodarse mientras siente fascinación por un mundo que le es ajeno; ese mundo que representa Emily, tan distinguida por fuera como derrotada por dentro. Así como ellas eligen fachadas de amabilidad o distancia para relacionarse con los otros, Feig recurre, por hipérbole, a los mecanismos del thriller para esconder el verdadero corazón de su relato: la sátira social.
Pero ahí donde afloran los giros y las revelaciones de la historia, es cuando Un pequeño favor comienza a flaquear. No sólo porque el director no luce tan riguroso para ejecutar algunos pliegues de la trama, sino porque la acumulación termina asfixiando el orden narrativo que, hasta ahí, era perfecto. Similar a la operación que David Fincher realizó en Perdida, esa de ver el costado lúdico e improbable en las múltiples vueltas de tuerca del thriller y divertirse con eso, el problema aquí es que ese quiebre del verosímil no termina de estar del todo bien aplicado y además hay una sumatoria de eventos que se amontonan demasiado subrepticiamente como para que podamos decodificar saludablemente ese cúmulo de información. Un pequeño favor se pierde entre sus vueltas, y eso está más que claro en cómo, además, pierde el humor. Pero todo esto no es tan reprochable, por cuanto vemos en Feig una vocación por romper el propio molde, por ir más allá de la etiqueta que lo definió como “director-de-comedias-con-mujeres”, arriesgando y llevando la película a lugares cada vez más provocadores.