Paul Feig ha logrado distinguirse como uno de los directores (varones) de comedia femenina más ingeniosos y solventes de la actualidad. De esas comedias que conciben a las mujeres como los personajes centrales, sin hacerlas románticas ni convertirlas en un mero álter ego masculino. Películas que piensan a la amistad como lazo social fundamental, a la profesión como forma de independencia y a la búsqueda de satisfacción como estrategia narrativa. Todos sus personajes persiguen algo, algunos un ideal, otros una realidad concreta: Kristen Wiig en Damas en guerra la lealtad a sus sentimientos pese a la madurez y las frustraciones, Melissa McCarthy en Spy: Una espía despistada a una red de espionaje internacional.
En Un pequeño favor los resortes de la comedia funcionan de manera aceitada y se sostienen en el contrapunto entre la madre prolijita y de dicción apurada, que se anota en eventos y recauda rifas, y la femme fatale que desayuna con martinis y viste como los dioses. Anna Kendrick y Blake Lively no pueden ser más distintas y Feig filma esa impensada amistad con la fuerza del absurdo. Pero como detrás de todo están el misterio y el thriller, en su segunda mitad la película se ata a esas necesarias revelaciones: desapariciones, crímenes, estafas. Ahí es donde todo parece desviarse: las acciones se disparan como gags y las resoluciones policiales desbaratan el tiempo de la comedia. Igual nos reímos bastante, y toda risa siempre justifica algún desliz.