Una de las cosas más impresionantes de esta película francesa es como evita la mayoría de los clichés del (sub)género carcelario y construye una historia potente y cautivante, que a la vez está recargada con comentarios sociales. Desde Expreso de medianoche, la polémica película de Alan Parker, que una película no me conmovía tanto. No quiero decir que Un profeta sea un drama lacrimógeno, para nada. Pero es una fuerte historia de supervivencia y aprendizaje. Sí: es una historia que creemos haberla escuchado. Pero nunca visto. Y menos así.
Malik El Djebena es demasiado joven cuando ingresa a la prisión. No sabemos por qué, y tampoco interesa demasiado. Sólo sabemos que debe pasar unos 3 años, si se porta bien. Pero portarse bien quizás signifique salir antes en una bolsa de plástico. La vida en prisión tiene sus propias reglas y leyes. Nosotros entramos a ese mundo no como seres inocentes, sino como espectadores que de algún modo u otro, sabemos lo que espera. Audiard juega con eso, y a medida que el relato fluye, se permite mostrar pequeños y grandes engranajes que mueven la vida carcelaría. Entre los pequeños, contamos el tráfico de drogas (especialmente en un divertido montaje con música de rap, Corner of my room) y las coimas a los guardias. Mientras que para los grandes engranajes, se necesitan matones fríos y sádicos. Muchachos que no tienen demasiados sesos, porque les basta con el cerebro de su líder.
Niels Arestrup, quien trabajó con Jacques Audiard en su film anterior, llena la pantalla con cada aparición. Es el Lord de la prisión. No, el Lord no, es el amo. No sólo controla a los guardias, y aparenta tener mucha más libertad de la que en realidad tiene, sino que escapa a ser sólo una figura temeraria. Sabemos que en el fondo, lo que más ansía es recuperar su vida fuera de los muros. Cuando charla con su abogado, que le informa que todavía tiene un largo tiempo tras las rejas, lo único que acumula es odio. César no es un padrino. No cumple deseos de los demás, sino que los utiliza para sus propios fines. ¿Y qué ganan sus trabajadores? Nada, pero por lo menos no pierden demasiado.
El mayor acierto de Audiard es conseguir a la vez un relato de iniciación (en este caso, en la vivencia carcelaria) y destrucción, no de una persona, sino de varias. Asistimos con igual de interés a cada historia, sea principal o secundaria. Vemos, en más de un sentido, crecer a los personajes, y ellos nos importan.
La cárcel se divide en dos grandes grupos: los franceses y los árabes. Una de las mejores películas del 2008 también transcurría en una suerte de prisión para adolescentes, y trataba el tema de la interracialidad que convive en el país europeo. Esta película va un poco más allá proponiendo como héroe a un mestizo. Malik es un árabe, despreciado por los franceses y más que nada por su jefe, César, e ignorado por los árabes, que lo creen francés. Un mestizo que sufre de los abusos de sus razas. En ese crisol, él se tiene que conseguir un lugar. Y en este punto difiere y se diferencia de la mayoría de las películas del género. Hay un crecimiento en el personaje, pero es tan sutil que, para cuando empiece a tomar, literalmente, las armas, la transformación es algo natural y no un simple deus ex-machina.
Quizás lo que resulte un poco frustrante es el elemento fantástico que tiene la película. Sólo son algunos minutos esporádicos dispersos en el relato general, pero pueden confundir: Malik sueña y habla con su primer muerto. De esos sueños saldrá el título que da origen al film, pero hacia el último tercio descubrimos que el hombre es un profeta, también, por otras cosas.
Aunque el protagonista es un presidiario, no todo transcurre en la cárcel. Algunos permisos por "buena conducta" le valdrán salidas para cumplir distintos encargos de su jefe. Cada encuentro que mantienen los dos es tensión pura. Es una relación más de trabajador-empleado que de padre-hijo. Luciani es un hombre de temer, pero uno intuye que algo nervioso está ante la pasividad de su nuevo siervo. "Te ordeno que preparés café y lo seguís haciendo" le incrimina, asombrado, el crime boss.
Uno de los aspectos más interesantes de Un profeta es cómo están construidas las secuencias de acción. Los movimientos y las posiciones en las que se ubica la cámara, le otorga realismo y "suciedad" a las imágenes. Uno de los asesinatos del profeta, no sólo es de los más brutales que haya visto hace mucho tiempo, sino de los más memorables. Sufrimos con el protagonista, y los planos están pensados para aumentar la tensión y el suspenso por cada minuto que transcurre. Esta película es demoledora, cruda, e inteligente.
Mientras que se puede disfrutar como un relato carcelario, Un profeta esconde varias aristas que permiten varias revisiones. Ni hablar de la química que tienen en pantalla sus dos protagonistas. Basta verlos en el patio, en medio de la nieve, para sentir que las cosas no pueden estar tranquilas por mucho tiempo más.