Muchas películas de los últimos años han focalizado en las microhistorias relacionadas con geografías, lugares, personas, comunidades invisibilizadas en las representaciones de las grandes pantallas de la industria. En este sentido, hay una serie que podemos relacionar con el pulso creativo de músicos y artistas realmente populares que fue filmada en la década que ya lamentablemente ha culminado, de florecimiento y circulación local del cine argentino.
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Es dentro de esta línea que podemos pensar la película sobre Ramón Navarro, que es en realidad un homenaje al canto popular riojano, y al otro gran protagonista, el idílico pueblo de Chusquis, al norte de la provincia. Con una investigación que recupera algo del material de archivo de la enorme movida musical y cultural de una provincia símbolo del federalismo durante el siglo XIX, con sus oriundos tigres Facundo Quiroga y el Chacho Peñaloza, el documental es como hecho periodístico, correcto. Hubiera sido más preciso para el espectador si hubiera identificado a los que aparecen, si hubiera trazado mediante una mínima gráfica genealogías y redes que orienten a quienes vemos lo que sin dudas y más allá de la falta de nombres es una gran comunidad, con un entrenós y un tejido potente y vital, ese pulso que habla de quedarse entre lo mío.
Mi Pueblo Azul, un deshoje de piropos a la tierra, en la canción de los Quilla Huasi, grupo señero del folklor argentino, que Navarro integraba. Tema que León Gieco también versionó de manera especial, donde a través de Chusquis se recupera el paraíso perdido, el idilio del paisaje. Lo mismo con otra composición antológica de Navarro, Chayita del Vidalero, donde también sentimos territorios y partidas, y en esto se vuelve grande el documental, así como en el intento de brindar contextos, aunque quizás la mirada de la investigación (que de todas maneras es muy sólida, a cargo de su directora, Silvia Majul) quede un poco ajena y la imagen de Don Navarro, un tanto solemne. Pero el producto es ameno, y es más, es interesante, deja asomar saberes e historias pequeñas de esas que semillan nuestras culturas. Y se vuelve cada día más acunante, hecho de recuerdos que relampaguean, cuando pareciera que solo nos queda resistir a los grandes tanques de la industria que en nuestro país tiene, desde la gestión oficial y con el cambio imperante, las puertas cada día más abiertas y la instancia del cine de comunidades cada día más restringidas. Otras voces diríamos, para construir otros posibles que son los que en definitiva hablan y hacen silencio a la vez sobre nosotrxs.
Muy buen homenaje, además, justo y necesario, que habría que replicar en tantos cantores populares que sostienen, interpelan y sacuden nuestros imaginarios y que por ello son protagonistas principales del acervo que corremos el riesgo de perder. En este tributo, desfilan otros creadores más jóvenes, como Raly Barrionuevo, David Gatica, Roberto Palmer, Bruja Salguero, Ramiro González, Horacio Burgos…
En suma, recomiendo verla, antes de que la saquen de pantalla, y que le hagamos la prensa que merece y no tiene: el boca a boca. Las funciones, poquitas, son en el espacio INCAA del Cine Gaumont. Recomiendo verla como recomiendo un viaje, que también de eso procura el cine.