Sinfonía para adolescentes
Las películas de Wes Anderson se han vuelto un universo cerrado en sí mismo. Estructuradas cada vez más como casas de muñecas o cuentos troquelados, se han alejado tanto en lo formal de cualquier tipo de realismo que ya ni siquiera tiene sentido usar la realidad como referencia estética. Son estructuras autosuficientes, con una lógica interna propia y una serie de gestos formales claramente distinguibles. En ellas, nada parece estar librado al azar o a la suerte. Cada centímetro de la puesta en escena está pensado, medido y calculado como si se tratara de una composición musical para orquesta.
No es casual, en ese contexto, que Moonrise Kingdom: Un reino bajo la Luna empiece con una pieza musical de Benjamin Britten titulada The Young Person's Guide to Orchestra que, interpretada por Leonard Bernstein y la Filarmónica de Nueva York, consiste en ir armando y explicando, parte a parte, el sonido de una orquesta completa. El cine de Wes Anderson puede ser comparado con este acercamiento: son películas "compuestas" con precisión a partir de una serie de elementos que, sumados entre sí, generan un sonido complejo y completo. Es cierto que todas las películas se construyen de manera similar, sólo que en el caso de Anderson esta construcción tiene marcas que son muy precisas y evidentes. No parece haber lugar para la improvisación. Son películas como partituras, en las que se ha estipulado y controlado hasta el más mínimo detalle.
Ese "sistema" no siempre genera los mismos resultados. Y allí es donde entran a jugar los intangibles que hacen que el cine, finalmente, no sea jamás una ciencia exacta. Uno podría decir que -dentro del cine de Anderson- hay guiones mejores que otros, elencos mejores que otros, universos más interesantes que otros, y no se equivocará. Pero tengo la impresión de que no está allí el secreto de Moonrise Kingdom, la película más exitosa de la carrera del director de Los excéntricos Tenenbaum, sino en esa zona casi incontrolable para cualquier director que es la respiración, el aire, la emoción que puede aparecer o no en un film. La estructura de Moonrise Kingdom probablemente sea igual de firme que la de La vida acuática, pero si aquella película parecía un diorama de museo, rígido y formal, esta parece viva, latente.
Anderson recupera en esta historia de amor y aventuras entre dos chicos de 12 años, Sam y Suzy, el aliento vital y emocional que caracterizaron a películas como Tres son multitud y Los excéntricos Tenenbaum. Acaso tenga que ver con la edad de los protagonistas, a quienes uno puede suponer más directamente conectados a este universo exagerado y de ensueño. Hay algo infantil en el cine de Wes Anderson y uno tiene la sensación de que cuando los protagonistas son niños o adolescentes la "sinfonía" se completa más naturalmente. De hecho, hasta se podría decir que el estilo conecta más con los recuerdos embellecidos que un adulto tiene de sus doce años que con la sensación que se tiene en el momento.
Moonrise Kingdom transcurre en 1965 y eso le da a la película un aura algo nostálgica, que conecta a los espectadores con la idea de la infancia como recuerdo (no hace falta haber tenido 12 años en ese momento, la infancia siempre fue... antes) y con las sensaciones del primer amor, por más platónico que pudiera ser.
Aquí son dos chicos "conflictivos" los que se conectan, primero a través de cartas, y luego en los hechos. Suzy tiene algo del personaje de Gwyneth Paltrow en Los excéntricos Tenenbaum: es la solitaria hija (tiene tres hermanos varones, más chicos) de un matrimonio de apáticos y ensimismados abogados (Frances McDormand y Bill Murray) con los que mantiene una fría y distante relación, a lo que hay que sumarle unos raptos de inusitada violencia que la chica tiene.
Sam es un chico huérfano que está pasando un verano como boy scout en la isla donde vive Suzy. Odiado por sus compañeros e igualmente solitario, Sam se topa con Suzy en una obra infantil, queda flechado y esa conexión se extenderá a una serie de cartas enviadas de una punta a otra de la isla. De allí a planear un encuentro y fuga hay un sólo paso.
El film se centra en ese intento de fuga y en la búsqueda que de ellos hacen los padres de Suzy, los boy scouts (comandados por Edward Norton) y el también solitario y tristón policía de la isla, que encarna Bruce Willis, mientras una fuerte tormenta se avecina. Es en la relación entre los dos chicos donde Moonrise Kingdom encuentra ese aire vital, esa "respiración" a la que hacía referencia antes. La extrañeza de conocerse, de descubrirse, del primer beso y de enamorarse entre estos dos chicos que aún no saben bien qué es lo que les sucede no sólo es el atractivo principal del film sino su corazón, el lugar donde uno entra emocionalmente en este juego de sombras chinescas.
Los actores adultos quedan por detrás, aportando si se quiere algún toque de humor -en el caso de Tilda Swinton que encarna al personaje/función "Social Services"- y, en el de Willis, el link emocional que une a grandes y chicos (dato curioso, observen las situaciones con niños que los personajes de Willis aquí y en Looper tienen que atravesar). El resto de los habituales elementos que componen el universo "andersoniano" están todos en el acostumbrado nivel de excelencia (música, arte, vestuario, fotografía, etc.), pero por ahí no pasa la cuestión principal. Aún la más desabrida y árida película suya es inmaculada en todos esos rubros...
Entre todas las metáforas posibles que se suelen usar para describir el cine de Anderson -además de la evidente que, en este caso, tiene que ver con lo orquestal-, aquí se me hizo muy obvia una idea de puesta en escena teatral, como si toda la película fuera una de esas obras escolares ambiciosas que hacía el protagonista de Tres son multitud. Por más cuidado, esmero y atención al detalle que se ponga en la preparación de una obra escolar, siempre habrá a la hora de hacerla un chico que dude, una chica que tenga miedo, uno que se equivoque u otro que no quiera salir a escena. Ese es el nervio y esa es la vibración que dan vida a esta extraordinaria película. Ese es el nervio y esa es la vibración que hacen tan encantadora como inmanejable una historia de amor como la que acá se cuenta.