En este filme todo encaja perfectamente como en un sistema de relojería suiza: las actuaciones, la planificada puesta en escena y la historia empapada de ese humor agridulce característico de Anderson hace que todo funcione al ritmo indicado.
Como ya sabemos Wes Anderson (Los excentricos Tenembaums, Viaje a Darjjeling, entre otras) es dueño de un universo cinematográfico único e insólito. Un verdadero autor ya que solo al observar uno de sus planos su huella queda indeleblemente impresa. Adicionando su habilidad narrativa análoga a la ejecución de una sinfonía de Bach … ¿Qué más se puede pedir?
Creo que Un reino bajo la luna es su película más lograda, todo encaja perfectamente como si fuera un sistema de relojería suiza: las actuaciones, la puesta en escena histéricamente planificada y la historia empapada de ese humor agridulce característico de Anderson hace que todo funcione al ritmo indicado. Todo enmarcado en una historia de amor adolescente donde se realzan momentos del amor trágico y para “toda la vida”; donde la heroína es una bella y conflictiva muchacha y el antihéroe es un nerd con aparatos, y se reencuentran allí en la soledad y en la necesidad de afecto, porque ambos viven literal e íntimamente en una isla. El tedio y la falta de acción hacen que la fuga de ambos adolescentes sea un acontecimiento extraordinario en el lugar. Parece ser que el único atisbo de pasión en una comunidad anestesiada de emociones fuertes, la transmite esta joven pareja que decide vivir un amor puro. Anderson añade sutilmente ese efecto “electro shock”, quiere que sus protagonistas despierten, vivan, disfruten, respiren, cuestionen, etc. Una vez que pasa la tormenta y el caos todo vuelve a su lugar pero de otro modo y con otras significaciones. El director tiene la habilidad, paradójicamente, de construir “cliches originales” debido a la elegante y poética ironía que utiliza para describir los estereotipos.
La melancolía puede suponer la salida creativa al sinsentido de la existencia y que bien aplica esta noción Wes Anderson. El crear se convierte para él en un auténtico vínculo con el mundo, un crear que trasciende los límites de la razón y solo adquiere sentido en la vivencia misma. Su universo personal y ficcional está abierto a los demás porque nunca pierde de vista su condición humana. En esta dialéctica de una melancolía positiva reside su obra, en estas idas y vueltas, en esta separación y reconciliación que oscila entra la razón y la sin razón, entre el amor y el odio, entre lo artificial y lo genuino es que logra una visión armónica, empática y a su vez afectada del mundo.