Dulce y melancólico
Dos chicos se escapan en una isla para vivir una aventura amorosa en el nuevo filme del director de “Los excéntricos Tenenbaums”.
Los filmes de Wes Anderson pendulan, alternan entre la melancolía y la tristeza, la resignación de sus personajes. Es el vuelo poético del director de Tres son multitud y Los excéntricos Tenenbaums el que nos reconforta durante la proyección, por más que nos deje un sabor agridulce, semiamargo al terminar la misma, y nos acompañe afuera del cine.
Con un elenco que es todo un seleccionado (Edward Norton, Bill Murray, Bruce Willis, Frances McDermond, Tilda Swinton, Harvey Keitel, Jason Schwatzrman), los protagonistas no son ellos sino chicos. En particular, dos. Sam (Jared Gilman), que se escapa de un campamento de scouts en la isla donde transcurre la película, y Suzy (Kara Hayward, un rostro a seguir), que huye de la casa de sus padres en esa misma isla para encontrarse con Sam y vivir una aventura. Casi, casi como en Melody . El resto, salvo Schwartzman, partirá a su búsqueda.
Es 1965 (pero podría ser 1940, 1990, 2012 o 2040) y un narrador omnipresente (Bob Balaban), que entra y sale del relato y de la pantalla, se dirige al espectador y también a los personajes, cuenta que cuando empieza la historia, faltan tres días para el arribo de un huracán. Un dato, no más.
Sam y Suzy son preadolescentes pero se mueven como adultos en un mundo en el que los adultos se mueven como preadolescentes. Los chicos quieren escapar de sus realidades (Suzy le escupe a su madre el consabido “Te odio”; Sam no puedo hacerlo porque es huérfano), algo en que los mayores les vienen ganando por trayectoria y veteranía. El jefe del grupo de scouts (Norton) se desdice al confesar cuál es su principal profesión, si líder o maestro de escuela; el policía (Willis) y la madre de Suzy (McDermond) tienen un affaire de manual; el padre de Suzy (Murray) y el jefe máximo de los scouts (Keitel) actúan más como niños que como cabezas de sus respectiva familia y grupo.
Anderson, que escribió el guión con su amigo Roman Coppola, les pone delante de sus ojos a su héroe y heroína enormes anteojos (a Sam) e indispensables binoculares (a Suzy) para que vean, adviertan mejor lo que los rodea, o lo que se les viene. Aunque obvia, la referencia del inexorable paso de la ingenuidad hacia la madurez, la oportunidad de vivir en ese verano una aventura que (¿tal vez?) no puedan o se atrevan a realizar después.
Hay algo de fábula en el relato, en la isla que recorren como en El fantástico Sr. Zorro , la anterior realización animada del texano Anderson. El reino, el universo, el mundo o la mente de Wes Anderson es también una isla en el panorama del cine estadounidense. La iluminación de Robert Yeoman abre una paleta de colores festivos, la música de Alexander Desplat hace más que acompañar y, con un elenco recargado, Un reino bajo la luna les recuerda, a los desafortunados que lo olvidaron, que vivir un sueño no es (no era) tan difícil como creían.