Pequeño Anderson Ilustrado
Entrar en el mundo de Wes Anderson se ha convertido en un extraño y placentero viaje de ida hacia los sentimientos de uno de los niños mimados dentro del cine “Indie” y de autor en Hollywood.
Así como Steven Spielberg o Tim Burton, Anderson es de esos realizadores que se niegan a crecer o cambiar su estética cinematográfica.
Antes de que comience la proyección podemos ir adivinando como van a ser los créditos, como va a ser la presentación de la película, que colores va a utilizar, que tono va a tener la narración e incluso como van a ser los diálogos o actuaciones.
¿Esto provoca que Anderson se convierta en un autor repetitivo y previsible? No. A pesar de no abandonar la comedia dramática, ni la temática central de sus obras (la familia, las relaciones padres-hijos), Anderson se encarga de mostrar versatilidad en cada proyecto que encara, intercalando géneros, mezclando estilos e influencias, apuntando a diversos públicos.
Es por eso que podemos ver una obra irregular, pero maravillosa como La Vida Acuática como una comedia de aventuras y pasar a otra más minimalista, con influencias más europeas como Viaje a Darjeeling o pasar a la adaptación de un cuento infantil con animación cuadro por cuadro en la excelente El Fantastico Sr. Fox.
Y parece que la relación con el mundo pre adolescente no se limita a ampliar su rango de audiencia, sino también a ahondar en sentimientos de la niñez. Si bien los Tenenbaum, la presencia de actorcitos era fundamental para que siga profundizando en la relación generacional de los personajes, en Un Reino Bajo la Luna, los niños toman el control absoluto.
Obviamente, y con dos críticas previas de mis colegas, no voy a dar detalles del argumento, pero vale anunciar que pocas veces, un amor iniciático con referencias sexuales en el medio, estuvo tan bien analizado y profundizado como en este film. No solamente se trata de una relación adulta con todas los conflictos que puede llevar un romance de dos seres marginales, incomprendidos que se escapan para aislarse del mundo, sino de una pintura patética y absurda del mundo adulto, de seres solitarios, border, con tendencias suicidas, incluso. Es imposible no enamorarse o sentir lástima por cada uno de los personajes que salen en busca de los chicos. Actores de la talla de Edward Norton, Bruce Willis, Bill Murray y Frances McDormand le aportan gran calidez y humanismo a sus patéticos seres. Los dos primeros, especialmente, que no vienen haciendo trabajos, donde se pueda destacar su nivel interpretativo (Norton porque hace films muy mediocres, Willis porque volvió a la acción), logran tener una sensibilidad que compite con las dos verdaderas estrellas, la pareja protagónica compuesta por Jared Gilman y Kara Hayward.
Más alla de la humanidad y belleza narrativa que conlleva el film, es destacable su originalidad, creatividad, ideas constantes que salen a la superficie de forma inesperada, pero no en forma caprichosa, sino justificadas por la estética, cuidado y meticulosidad de puesta en escena, y sobretodo por la coherencia de la narración.
Es un cuentito o una fábula sobriamente narrado, sin pretensiones, más que visuales y detalladas, las cuáles son armoniosas con la impresionante banda de sonido de Alexander Desplat, la selección de temas musicales (otro lujo de la filmografía de Anderson) y la sutileza para imprimir sátira y emoción sin caer en clisés, golpes bajos, bajada de línea o demagogia. El lenguaje casi naif, ingenuo del realizador recuerda al de los primeros trabajos de Burton. Un niño que vive en su propio mundo, que no es color de rosa, pero al menos que lucha para convertirlo en un valioso reino bajo el resplandor de la luna.
Un reino que sin perfecto, se disfruta y donde se puede vivir cómodamente. Aún, cuando en la última media hora, el ritmo del film cae un poco, y no destila tanta originalidad como su primera hora, el efecto que genera en el espectador es muy disfrutable.
Haciendo uso y abuso de encuadres cuidadosamente centrados y equilibrados, barridos, travelings interminables que juntan espacios, datos, y todas artimañas vistas en sus anteriores obras sumado a la influencia de Jacques Costeau, la moda de los años 60 y cierta inocencia de los films de Disney, Un Reino Bajo la Luna es una nueva muestra del poder imaginativo del mundo de Wes Anderson.