Sueño de una luna de verano
Con cada nueva película de Wes Anderson me renace la sensación de cierta repetición, de un cine cerebral tan cerrado como distante. Hay frialdad en su puesta en escena, con esos seres incomunicados y fatalistas. Estos rasgos son todo un espíritu en su cine y aunque en ocasiones logre saturarme, aprecio un lenguaje personal tan interesante.
Su último film, El Fantástico Sr. Fox (de animación, fue directo a video) me agradó por un desparpajo que esquivaba ese agotamiento que se venia produciendo por tanto fagocitar su propio estilo, algo que se veía claramente en la película Viaje a Darjeeling. Llegaba el turno de Un Reino Bajo la Luna (Moonrise Kingdom), un film del que se venia hablando más que bien, y ahora entiendo las razones.
El nuevo film de Wes Anderson alcanza algo que venía diluyendo película a película, y que para mi gusto era una de las grandes falencias de su cine, demasiada sensatez para tan poco sentimiento. Ese cine tan intelectual buscaba una felicidad gélida. Pero esta vez, y a pura aventura, logra encontrar un resquicio para la ternura, algo poco habitual para su cine. Esta historia infantil con tintes dramáticos (y fantásticos) es una aventura que juega a Los Goonies y como aquella, versa sobre familias en crisis (como todo el cine de Wes) pero cambiando el tono de su fatalismo a través de una mirada ingenua donde todo parece fatídico pero que en realidad, es posible de enmendar. Esta historia de dos niños que se enamoran y deciden escaparse se ubica en el año 1965 y en una isla. Decisiones que no son accidentales en un cine calculado. Sus personajes viven atrapados en la lógica de ese universo y hablar en pasado permite la melancolía con su aire vintage. Anderson funciona como un reloj (con lo acertado y mecánico que trae aparejado) pero logra aquí algo que desde hace bastante no observaba, rompe el mecanismo dejando respirar la historia y a sus personajes.
Sam huye de un campamento de scouts, Suzy de una familia de padres juntos pero quebrados (con un padre interpretado por Bill Murray que con poquísimos gestos demuestra su genialidad) y juntos buscan su lugar en el mundo. Él es paria de su grupo y ella ve su entorno con ojos extraños. En su búsqueda parten los padres, el sheriff (Bruce Willis) y el jefe scout (Edward Norton). En medio de esa persecución sucede un hecho clave para el relato, los niños que tanto despreciaban a Sam deciden ayudarlo. Ahí se siente el cariño de Anderson por el relato y su pareja protagonista. Conmociona la película, brindando la certeza de que se apostó por algo más grande que la razón. Su sistema tan preciso se desborda por amor, empapándonos de una hermosa ensoñación libre de sus habituales construcciones que nos apartaban emocionalmente de la historia. Una pasión que logra desbandarlo, y está bien que así sea.