Historia de chicos enamorados
A cierta edad se comienza a cuestionar a los adultos. Padres, maestros, guías, dejan de ser esas personas admirables de la infancia. Se empiezan a ver sus defectos, sus errores. Es el tiempo también de los primeros amores, los primeros deseos.
En "Moonrise Kingdom", el director y coguionista Wes Anderson celebra esa libertad, la independencia, la rebeldía de la preadolescencia. La historia en realidad es muy simple: el romance entre el scout huérfano Sam (Jared Gilman), y Suzie (Kara Hayward), la hija mayor de una familia en silenciosa crisis, que se ponen de acuerdo a través de escuetas cartas para huir juntos, y la búsqueda desesperada de los adultos a cargo. Esta temática, que podría hasta ser trágica en otro contexto, es abordada por el habitual humor de Anderson, que elimina cualquier atisbo de gravedad en el asunto, y por el contrario la enmarca en un sinfín de situaciones cercanas al ridículo, de tan alocadas.
Sam y Suzie no son muy conscientes de los percances que pueden sobrevenir, ellos sólo buscan un universo propio, donde ellos sean los reyes, y nadie los moleste. La revolución que su huida generará en la isla en la que viven demostrará también que a veces los niños son mucho más maduros que los adultos, e incluso capaces de defender un amor con mayor convicción que aquellos.
Las actuaciones de los chicos, hasta el modo de hablar de Gilman y las expresivas miradas de Hayward, son impecables. El elenco adulto tiene menor participación, pero los nombres suenan fuerte. Bruce Willis, Edward Norton, Bill Murray, Frances Mc Dormand, Tilda Swinton, y hasta una pequeña aparición de Harvey Keitel, todos, excepto tal vez Murray que tiene mucho Anderson en su haber, participan con un tipo de rol poco frecuente en sus carreras.
El trabajo estético es un tema muy elaborado y cuidado al detalle. Desde los fuertes colores en todas las escenas, incluso las que transcurren en la oscuridad, los colores luminosos y hasta algo saturados de los paisajes, todo remite a una concepción pictórica de la imagen. En los créditos finales incluso se reconoce a los autores de cada una de las tapas de los libros de Suzie.
Anderson logra así un filme muy bello visualmente, más accesible desde la interpretación que otros de su factoría, y que combina la ternura de su historia principal con el humor ácido habitual en este director. Poesía, romance, humor, elementos magistralmente combinados, en un filme que vale la pena ver.