Atreverse. Traspasar los límites impuestos desde el entorno social o por uno mismo. Aceptar los deseos como son realmente y no intentar torcerlos. Permitir que las pulsiones fluyan naturalmente. Aparentar frente a los demás o mostrarse como son, sin miedo o vergüenza. Esta es la base y el núcleo fundamental del conflicto que mantiene la atención a lo largo de una historia en la que predomina la atracción sexual por sobre el amor.
Marco Berger elaboró una película con dos protagonistas qué, cuando se vieron por primera vez, nunca más pudieron esquivar sus miradas. Fue inevitable, pese a la negación inicial.
Juan (Alfonso Barón) vive solo en una casa grande que heredó de sus abuelos. Allí se aloja un compañero de trabajo, Gabriel (Gastón Re), mientras espera que sus padres amplíen la propiedad para poder vivir allí con su pequeña hija Ornella (Malena Irusta), ya que él enviudó de muy joven y la nena está con los abuelos.
Ellos tienen conductas heterosexuales. Reciben amigos, ven partidos de fútbol y películas, toman mucha cerveza, fuman y hablan de mujeres. Juan tiene una amante llamada Natalia (Melissa Falter), que lo visita asiduamente, y Gabriel también sale con una chica. Nada hace presumir lo que se oculta. Pero sucede.
La resistencia de ambos cede frente a la pasión. Juan y Gabriel cuando están solos no tienen temores. Tampoco se arrepienten o lo toman como un error. Simplemente crearon un universo propio para vivir como quieren. No median las palabras, sólo los actos.
El film está construido bajo la estructura de una narración clásica. El ritmo es lento, parsimonioso. También es demasiado extenso en su duración para lo que se cuenta. Está musicalizado en los momentos que el realizador considera importantes, brindándole una mayor calidez y profundidad dramática a las imágenes. Todos los personajes, incluso los de reparto, cumplen perfectamente con sus interpretaciones y ayudan a que la pareja protagónica se sienta contenida y cómoda.
La fascinación, el encanto y las sutiles actitudes seductoras son muy fuertes. La muralla moral que los separa se desvanece cuando ceden a la tentación y se atreven a dar el primer paso, que no tiene vuelta atrás. Lo de ellos no lo toman como un problema puertas adentro, sino cómo un dilema de difícil solución, para poder seguir con la relación fuera del dormitorio.