[El siguiente texto menciona detalles de la trama que son indispensables para desentrañar ciertos sentidos. La invitación es a proceder con la lectura a su riesgo o, mejor a ver la película previamente que estará en salas desde el jueves 11 de julio en el BAMA]
Soy de la forma que puedo; es lo que puedo
Se siente un profundo placer luego de terminar Un rubio. En su ritmo parsimonioso, se las ingenia para darle un sentido a lo plástico de sus imágenes y, en particular, un sentido desde el homoerotismo entendido como la intimidad más profunda de los cuerpos masculinos. Algunos podrían decir que la película de Marco Berger se restringe a representar desnudeces “hegemónicas”: hombres bien definidos y de corporalidades que cualquier persona podría fantasear. Pero usar tal etiqueta con tintes políticos (y escabrosos) nos impide distinguir entre quiénes podemos ser y a quiénes deseamos. La distancia entre ambas posturas no debe generar frustración y esta séptima película de Berger da cuenta de ello.
La obra muestra la relación entre Juan (Alfonso Barón) y Gabo (Gastón Re). El primero le alquila al segundo una pieza, y se entabla una dinámica atractiva y dilatada entre ambos. Berger no apura su contacto físico y esto puede impacientar, pero las miradas entre ellos nos hablan constantemente. Hay una rutina de reunirse con amigos a tomar cerveza y ver televisión en la que poco a poco Gabo se va integrando. Entre tantos silencios, movimientos de sus labios y su fisonomía, Gastón nos muestra a un personaje que toma mucho del Ennis de Heath Ledger en Secreto en la montaña, pero Gabo está en la orilla opuesta. Ambos hombres quedan solos, pero Gabo decide afrontar su sexualidad. Y si Ennis al menos balbuceaba sus palabras, las de Gabriel quedan en leves gesticulaciones de sus labios. También de a poco, sabemos que él tiene una hija en Berisso a la que visita cada semana. Es su único escape geográfico y psíquico. El guion nunca perderá de vista esto.
Si algo se agradece en este retrato es la franqueza sexual de los personajes, no ya desde la desolación, como en Sauvage, ni desde la enfermedad, como en 120 pulsaciones por minuto; sino desde la aceptación desprejuiciada. Sabemos que hay una fina línea entre la liberación y el exhibicionismo cuando se muestran en escena los genitales de los personajes. A Berger no le basta con mostrar a ambos hombres desnudos, sino cómo la presencia de la genitalidad habla de la franqueza entre ellos. Las escenas de sexo, algunas con desnudos frontales, están bañadas de una claridad que no se intimida a la hora de detallar los escarceos dilatados entre ambos hombres. Como si el placer estuviera en el retraso, y no nada más en el encuentro aislado. Hablar de masculinidad dentro (y fuera) de los límites de la película, es entrar en terreno farragoso, pero si el cine no nos empuja a hablar de los temas difíciles, ¿para qué estamos acá?
No cabe duda de que la obra retrata una idea de masculinidad: hombres que se reúnen a tomar birras, ver televisión (sobre todo partidos de fútbol, pero no exclusivamente) y fumar. Mario, un amigo de Juan, habla con desprecio de una amiga “marimacha” cercana a uno de los chicos. En esta escena, Juan fuma y Gabo calla. Nadie en la habitación condena las palabras de rechazo, pero estamos en un momento clave de cobardía ‘masculina’. Juan incluso le espeta a Gabo, en otra ocasión, ya avanzado el vínculo entre ellos, “No me hagas sentir que tengo que darte explicaciones como a mi novia”.
Es muy significativo, además, que Gabo sea el personaje pasivo de la relación, emocional y sexualmente hablando. Pero Berger no lo amilana por ello y le brinda amplias oportunidades para expresarse desde esta pasividad. Esta no implica ser penetrado por todas las circunstancias, sino amoldarse a ellas sin obligación de dejar de ser él mismo, identidad que se va armando a lo largo de la película con sumo cuidado. Es él, a fin de cuentas, quien hace el primer movimiento para que se concrete la relación sexual entre ambos y es él quien pone límites frente a la torpeza casual y persistente de Juan. Visto así, la versatilidad no está planteada en términos sexuales, sino de cómo procede Gabriel. Si algo hace él una y otra vez, es observar desde su aparente ensimismamiento. ¿Acaso las miradas no pueden ser penetrantes también?
La puesta en escena está en pleno juego acá. Por ejemplo, cuando nos enteramos de que la novia de Juan está embarazada, Gabo escucha y acepta atentamente la decisión de que se vaya de casa. Y en uno de estos planos, se nos muestra a él con una lámpara de fondo, un tanto desenfocada y borrosa. Gabo ha terminado siendo lo que sospechábamos por algunos comentarios a lo largo de la trama y por la recurrencia de lámparas en los planos donde está él: un decorado en la vida de Juan. No es la primera vez que Berger nos sugiere esto, pero un rastreo de este objeto (y de otros) en diversos momentos del film, indicaría que estas pistas nos llevan a otro lado también.
A algunos nos podrá parecer que el final es un tanto apresurado, pero la confesión de Gabo frente a su hija nos recuerda al encuentro entre Alma Jr. y Ennis en la citada película de Ang Lee. Alma Jr. invita a su padre a su matrimonio. Hay una profunda sensación de independencia entre ambos personajes. Y algo similar se siente en la escena entre Gabo y Ornella (Malena Irusta), sentados en un parque, como aislados. La diferencia es que en la película de Berger, la hija es una niña y la confesión de Gabo sobre su sexualidad es directa. Además, Malena nos brinda una alegría brevísima al mismo tiempo que salen de sus labios palabras de apoyo. Es tal ternura, acentuada con la mirada, lo que nos ofrece un respiro y el giro necesario del personaje. Para quienes crean que la película favorece el rechazo de la homosexualidad de este ‘rubio’, no se da cuenta de que el guión deja mal parado a Juan, contrariado y solo, casi como estaba al principio.
Si notamos, casi a mitad de la obra, una decisión en el montaje que nos confunde (quién cede primero entre ambos protagonistas en un reencuentro menos tosco), entendemos que este no es un truco aislado. Más bien, es la prueba de que esta es una relación en busca de una manera de estar en el mundo de hoy en día, donde los personajes cargan con los prejuicios inevitables de toda sociedad.
Gabo es un tipo que habla poco, pero su confesión final, en un plano medio, casi a espaldas de nosotros pero con su perfil visible; finalmente nos da a entender que está claro de su intimidad y de las cruces que ha cargado desde su adolescencia. Es muy diferente esta confesión al de unas escenas anteriores, donde Juan habla desde su comodidad o, mejor dicho, su conformidad. Él es quien puede ser, sin arriesgar(se él mismo, pero sí a los demás). El detalle acá está en lo privilegiado por la iluminación en este plano: la lágrima recorriendo el rostro de Gabo, en medio de la silueta a oscuras de Juan. Sin estridencias pero con suma claridad, algo se quiebra aquí.
Para condenar las conveniencias de Juan, bastan un hijo no deseado, una novia que va a controlar los impulsos de él como no supo hacerlo antes, y un plano medio, casi al final, que nos recuerda a uno similar al comienzo del film. Pero esta segunda vez, su cuerpo fragmentado por el plano viste una remera negra. Bastan estas sutilezas para notar a través de la imagen quién queda entrampado por sus contradicciones. Es fácil imaginar que, luego de la última desnudez frontal de Juan en cama, junto a Gabo, ambos cuerpos relajados; no habrá más libertades para el primero. Tendrá que afrontar las urgencias fisiológicas que se negó a asumir antes.
* A grandes rasgos, parece un dato menor quién aparece semidesnudo o semivestido en escenas dentro de la alcoba, pero es una pista de quién se expone más en escena y con qué finalidad. Tampoco es mentira que la desnudez femenina es más armoniosa que la del hombre, pero ¿según qué parámetros? Y yendo más allá, ¿nuestras referencias y fantasías en torno a la belleza son intuiciones profundas por una búsqueda de la armonía o son referencias aprendidas durante tantos años?