Una historia tibia
Marco Berger crea una historia de “chico conoce chico”, donde es fuerte el deseo, pero también lo que dictan sus conciencias.
Cuerpos que arden de deseo, amistad y ternura entre dos jóvenes, es lo que propone Un rubio. Una casa compartida, amor homosexual, cuerpos masculinos, tensión sexual, confusión y el dolor del adiós, es todo lo que se ve en este diálogo entre prejuicios y secreta excitación.
La historia tiene como protagonistas a Juan (Alfonso Barón) y Gabriel (Gaston Re), que son compañeros de trabajo. Gabriel se muda a la casa de Juan, un mujeriego bastante exhibicionista, que está saliendo con una chica por la que no muestra ningún cariño. Ambos parecen cumplir con los cánones de masculinidad establecidos por la sociedad. Gabriel es el rubio tímido, callado, padre de Ornella (Malena Irusta), viudo, con una relación amorosa heterosexual con una chica a la que vemos solo una vez (Ailín Salas).
Aunque de a poco comienza el deseo, sin saber si será correspondido, que se hace carne en una relación puramente sexual a escondidas, que luego se completará con ternura en un trazo más profundo, donde se resignifica la identidad de los personajes. Se crea una necesidad íntima de compañía, proyectos y, sobre todo, amor.
Tras la dirección de Ausente (2011), Mariposa (2015) y Taekwondo (2016), Marco Berger regresa al cine con esta película. Sus films abordan temáticas audaces, con una mirada provocadora, esta vez con el homoerotismo como marca.
Todo el cine es heterosexual y nadie lo cuestiona. Berger pone el énfasis en lo masculino, el cuerpo, su belleza, el sexo, no sin recordar que, en el mundo en que vivimos, lo gay masculino incomoda.
Actualmente, el director tiene una película terminada sin estrenar, El cazador; está en proceso de edición del documental El fulgor, con Martín Farina, y escribiendo un nuevo guion.
En definitiva, la película no aporta nada nuevo. Intenta decir más lo que le llega a expresar. Con ritmo lento, cuenta un amor homosexual que, de no tratarse de dos hombres, no dejaría nada memorable en el espectador. La repetición de objetos que no hacen a la historia, como el tren, marcos de puertas y ventanas, escaleras, el mate, solo hace más lento el relato dosificando lo relevante de la historia como con cuentagotas. Como detalle positivo, es destacable que los personajes no son los mismos gays estereotipados, cerca de la burla, de siempre, sino que los naturaliza, como debe ser, aunque esto no sea suficiente porque, sin una trama llamativa,
Un rubio es una película tibia, de casi 2 horas de duración, que termina aburriendo.