Se estrenó Un rubio, nuevo film de Marco Berger, protagonizado por Gastón Re y Alfonso Barón. Un drama romántico austero, contenido y contemplativo, que muestra la evolución de la relación de una pareja.
Todo comienza con una mirada. El cine de Marco Berger, en principio, es un cine voyeurista. Al igual que en Plan B, Ausente y Taekwondo, las miradas pesan más que las palabras, los silencios entre esas miradas dicen aquello que las bocas no se animan a enunciar. Sus protagonistas suelen ser personajes introvertidos, callados, que necesitan expresar lo que desean y lo que son, pero a veces no se animan.
En Un rubio, Berger regresa a la premisa de Plan B. Dos hombres viven juntos, comparten cervezas en la terraza. Se atraen. En este caso, el dueño de la casa se llama Juan, trabaja en una maderera y reprime cualquier deseo de compromiso afectivo. Decide alquilarle la habitación que pertenecía a su hermano, a Gabriel, un rubio, que trabaja con él. Callado, tímido, el personaje que interpreta Gastón Re, comienza a tomar protagonismo. Sus ojos, son los narradores de las acciones, y son los que principalmente conectan con la mirada del espectador.
Los ojos de Juan y Gabo se enlazan enseguida. Es una atracción física mutua que tarda en concretarse, en principio por represión de Juan. Pronto la relación pasará de lo puramente sexual a un plano sentimental, y el eje del conflicto serán los prejuicios de Juan por no comprometerse en tener una pareja fija, pero sobre todo por miedo de ser juzgado por un entorno misógino y homofóbico.
Berger nuevamente pone la mirada en la masculinidad y evade estereotipos y clisés. Un falso costumbrismo exhibe algunos malos hábitos sociales e ideológicos de los porteños. Pero el director evita criticar discursivamente a sus personajes. Por el contrario, la cámara sigue la austeridad y distancia de la actitud de Gabo. Berger construye un discurso inteligente para que el espectador saque sus conclusiones, y se hace cargo de esa mirada. Los juegos de foco, en ese sentido, son precisos y narran lo que sienten los protagonistas mucho mejor que cualquier línea de diálogo.
En Un rubio cada detalle ayuda a construir un universo, desde los espacios hasta los objetos que se yuxtaponen en cada escenario: la cerveza y la televisión como rito, el tren como espacio de encuentro de los rostros -hay un juego plástico muy bueno en cada encuadre dentro de los vagones- y el preservativo como objeto de ruptura narrativa. Un cine expresivo y meticuloso, desde la sencilla puesta de cámara hasta la elección de colores de vestuario e iluminación, donde predominan los claroscuros y colores barrocos, tonos ocres apagados, que son compatibles con la represión y austeridad de los protagonistas, y el desenvolvimiento de los conflictos.
El film sutilmente va incorporando capas de subtramas que van a tono con debates contemporáneos, y otros basados en dilemas que ya no deberían debatirse, pero aun así siguen vigentes. A través del personaje de la hija de Gabo -excelente elección de casting Malena Irusta- Berger muestra la necesidad de seguir discutiendo cómo es la verdadera composición de una “familia tradicional”. Y si bien esta subtrama está un poco aislada del conflicto dramático central sobre la relación entre Juan y Gabo, su incursión tampoco se siente forzada y aporta una sutil cuota de discurso temático social, fundamental para los tiempos que corren.
Si bien, por momentos, el ritmo disminuye y el film extiende su metraje innecesariamente, el guión es suficientemente inteligente para no subestimar al espectador y mantenerlo atrapado, sin caer en giros previsibles, pero tampoco resoluciones bruscas.