El lado B del amor
La crisis de una pareja, sobre todo de una mujer, que tiene un bebé.
Un suceso feliz empieza donde terminan las comedias románticas de Hollywood. La parejita perfecta se casó y tuvo su primer hijo. ¿Y ahora? El amor después del amor: la rutina; el lento, inevitable desgaste; los temores; el bachecito/pozo/abismo entre la realidad y aquellos grandes sueños. La vida: lo que suele quedar afuera de las películas. También, lo tabú: el desequilibrio que provoca ser padre o, mucho peor, madre, aun deseándolo.
Basado en la novela de Eliette Abécassis, el francés Rémi Bezançon no nos impone hechos extraordinarios para justificar el malestar de una mujer antes y después del nacimiento de su primer hijo (en realidad, hija). Barbara (Louise Bourgoin, notable en un papel complejo) nos arrastra en su indeseado viaje desde la euforia hacia el hartazgo, la frustración, la contradicción y el vacío existencial. Su voz en off, a modo de monólogo interior, termina de sumergirnos de un modo casi naif en una pesadilla de origen dulce. Extraña y familiar, al mismo tiempo.
“Estoy como Bill Murray en Hechizo del tiempo ”, se queja ella. “Parece Gregorio Samsa”, le lanza, sin mayor delicadeza, un médico. Así se siente Barbara: en una angustiante metamorfosis, encarcelada en la repetición. Además, con la maternidad han vuelto varias cuentas pendientes con sus padres. Y su marido (Pio Marmai), que no es malo sino infantil, juega videogames con la beba en brazos, cada vez más ajeno a su rol de marido. Los demás parecen exigirle a ella alegría, como si una madre primeriza no pudiera o no tuviera derecho a sentirse desdichada.
Lo novedoso de esta película, difícil de encasillar en un género, es que mantiene un tono leve para transmitir una crisis profunda. Prescindiendo del maniqueísmo, los giros bruscos y los atenuantes forzados, va pasando -casi sin que lo notemos- de la ternura a la vaga amenaza, y, finalmente, a una gran amargura apenas mitigada por un humor que no suena impostado y por una realidad que seguirá abierta mientras haya vida. Hablamos, para ser más directos, de un filme políticamente incorrecto que no se jacta de serlo.
Es curioso (o no) que el público masivo suela preferir comedias artificiales, previsibles, de fórmula, ajenas a lo real. En Un suceso feliz , ese público encontrará varios elementos comunes al género, pero no el alivio. Sí la empatía. La sensación de dos personas que se creyeron que la vida se parecía a los filmes de Hollywood y terminaron atrapadas en otra película, más riesgosa, parecida a la vida.