Todo sería peor si no fuera por Sandra
El buen trabajo de la Bullock consigue transformar esta historia, sobre una mujer que recoge un chico abandonado, en un relato que de a poco asume su condición de extraordinario. A partir de allí termina resultando amable, emotivo y hasta sincero.
A ver: esta película adapta una historia real, la de una mujer de familia burguesa, bien comida, que encuentra a un pibe sin hogar, un chico enorme de tamaño, negro y abandonado. Lo lleva a su casa, lo adopta, lo ayuda, y el muchacho se transforma no sólo en un gran estudiante sino también en un gran jugador de fútbol americano.
No faltan en este relato ni el más pequeño de los lugares comunes ni la frase más edulcorada. Aun así, siendo como es una más de esas películas de autoayuda que tanto ruido –y tan pocas nueces– imprimen en el cine, termina resultando amable, emotiva y hasta sincera. Hace un par de semanas dijimos que Sandra Bullock era una de las pocas personas capaces de transformar en oro el plomo cinematográfico. Un sueño posible es otra prueba más de que la alquimia es una de las virtudes de esta señora.
Veamos: aquí ella porta peluca rubia (mal) y flequillo (bien). En varios momentos tiene que plantarse ante tipos malos y grandotes y lo hace con autoridad. Incluso si hemos visto lo mismo de parte de Michelle Pfeiffer (Mentes peligrosas), incluso si Julia Roberts ya había jugado el juego de la mujer inesperada en el mundo rudo allá por Erin Brockovich (cosa curiosa: Julia y Sandra se llevan el Oscar por papeles parecidos), lo que vale aquí es ver a la Bullock en su propia variación del mismo show. Es como cuando vemos a un mago partir por enésima vez con la sierra a su ayudante: lo que cuenta es el gesto, el carisma, el pequeño glamour, el manejo del tiempo, el suspenso en la respuesta, esa cosa inasible pero precisa llamada “timing”. Es decir, el arte del actor, ni más ni menos.
Lo interesante de la película es que todo está tratado –la luz, la música, la estructura del guión, la posición de la cámara– como de una ficción ostensible. Nadie busca el realismo sucio de un film como Preciosa, sino que –con mayor honestidad– asume su condición de mentira manipulada. Asume, en definitiva, su condición de relato extraordinario. No es, justamente, su “realismo” lo que nos conmueve sino su aura de cuento de hadas imposible, de fantasía. Por eso es que Bullock se luce, porque como buena comediante sabe que no tiene que representar a una persona real (aun en este caso, donde se trata sí de la adaptación de una historia real) sino a una criatura del cine que pueda habitar a sus anchas en la pantalla. De no haber sido ella la protagonista, de no haber ejercido Bullock su amor por el cine y su capacidad para el juego, estaríamos hablando de un aburrido panfleto moralista y evangelizante. La actriz, verdadero animal de la pantalla, le otorga al film la nobleza del verdadero cine. Menor, pero cine al fin.