Tal vez lo más contundente para mencionar en este tipo de casos es que es la película por la cual Sandra Bullock ganó el Oscar como Mejor Actriz.
Un sueño posible cuenta la historia verídica de Michael Oher, un chico de una zona marginal de Memphis. Abandonado por su madre drogadicta, una familia adoptiva se ha hecho cargo del joven. Pero Michael -Quinton Aaron-no es un chico cualquiera: mide dos metros por dos metros y aun así es súmamente ágil, lo que lo convierte en un diamante en bruto en la tierra del fútbol americano.
Su familia adoptiva lo lleva a un secundario para que lo bequen por sus aptitudes deportivas, sin embargo las normas estadounidenses son claras al respecto: el deportista debe tener buenas notas, sino, será expulsado.
Michael es un joven con ciertos problemas para recibir las enseñanzas y la familia adoptiva termina dejándolo a su suerte en el colegio. Este secundario es para familias adineradas y, una noche después de un evento colegial, Leigh Anne Tuohy -Sandra Bullock-, madre de un alumno, se enternece con este gigante que no tiene a dónde ir. La familia lo alberga por un tiempo hasta que decide adoptarlo.
A todo esto, descubren que Michael tiene una gran capacidad para la “autopreservación”: en momentos en los que sus seres queridos están en peligro, se mueve con rapidez e inteligencia.
Su desafío será aprender cómo canalizar este don dentro de la cancha de football y proteger al mariscal de campo.
De por sí, las películas basadas en historias reales me llevan al cine. En el caso de Un sueño posible, se trata de un drama con final feliz que apela a tocar las fibras más sensibles del espectador. Suma mucho que, al final, haya fotos del Michael Oher real, que certifican su “supervición” de lo que se cuenta.