Sandra Bullock y su papel para el Oscar
Una historia menor de dolor y triunfo, que no invita a la reflexión y que cae en la sensiblería
Desde la primera hasta la última escena de Un sueño posible se presenta una historia de dificultades, dolor y triunfo aparentemente muy simple. Un cuento a la manera de Charles Dickens, pero que tiene al fútbol americano como el pasaje de salida de las calles, la miseria, el analfabetismo y la soledad de un adolescente abandonado a su mala vida y suerte. Basada en la vida real de Michael Oher, un chico de la calle que por su habilidad atlética consigue una beca en un colegio católico privado, la película avanza fuerte sobre las emociones del espectador y logra conmover aunque no invita demasiado a reflexionar sobre lo que relata.
Un cuento de hadas en el que la cenicienta es un deportista negro tamaño extra large y la madrina una privilegiada señora de sociedad sureña con un temple de hierro y la voluntad de un general preparado para cualquier batalla. Y así la interpreta Sandra Bullock, que gracias a este papel se quedó con el Oscar a la mejor actriz después de años de protagonizar comedias sin demasiado reconocimiento de la crítica.
Luego de ver cómo juega a ser Leigh Anne Tuohy, pura actitud y muy poca interioridad, está claro que la estatuilla dorada tuvo mucho de premio a la carrera de Bullock y poco que ver con este papel en particular. Su trabajo es bueno y, sin embargo, como al resto del film, se le ven los hilos de la manipulación sensiblera por todos los costados. Muchas de las escenas entre Leigh Anne y Michael (el debutante Quinton Aaron) muestran cómo la mujer instruye al muchacho con métodos pavlovianos para obtener lo que quiere. Es apenas una anécdota que eso que quiere termine beneficiándolo a él.
Habrá quien pueda pensar que este es un film racista en el que todos los personajes negros son en el mejor de los casos descuidados con el adolescente sin techo y, en el peor, maltratadores. Que un grupo de ricas mujeres blancas objeten la adopción de la familia Tuohy de manera casi caricaturesca no compensa el desequilibrio de un relato que intenta demostrar que el color de la piel nada tiene que ver con el amor y que, sin embargo, enfatiza las diferencias raciales con descuidado sentimentalismo.