Tango danza con un lustre engominado
El film de Germán Kral repasa la relación con infinidad de vaivenes y desaires de la célebre pareja de baile y pone de relieve los avatares de la dupla como reflejo de los cambios en la música porteña, aunque por momentos luzca como muchos shows para turistas.
Es indudable que para una gran cantidad de extranjeros la palabra tango trae instantáneamente a la memoria, antes que una cadencia o un fraseo, una imagen asociada a la pareja de bailarines enfrascada en lo suyo: tacos altos, pollera que deja entrever sugestivamente las piernas, traje ajustado, corte petitero. Parte de la responsabilidad de ese notable corrimiento desde la música hacia la danza es responsabilidad de Juan Carlos Copes y María Nieves Rego, quienes llevaron el tango como baile a dar la vuelta al mundo varias veces. El nuevo largometraje del argentino afincado en Alemania Germán Kral (Música cubana, El último aplauso) los toma –en particular a ella– como referentes centrales para contar una historia de amores personales y profesionales, recorriendo un camino que va del documental a la reconstrucción ficcional y viceversa. Y poniendo de relieve los avatares de la dupla como reflejo de los cambios del estatus de la música porteña por excelencia aquí y en el resto del mundo, desde fines de los años 40 hasta la actualidad.Una de las primeras cosas que llaman la atención en Un tango más, que contó con los favores de Wim Wenders como uno de sus productores ejecutivos, es el trabajoso cuidado visual de cada uno de sus planos. Cortesía del alemán Jo Heim y del salteño Félix Monti, la fotografía del film es lustrosa, aterciopelada, corregida y reelaborada en lo que es posible suponer un profuso trabajo de posproducción. Ese aspecto de “caramelo visual”, que arranca con una toma-drone desde las alturas sobre la avenida 9 de Julio y termina con un plano de proscenio con Copes y Nieves caminando en sentidos contrarios, acapara la atención y evidencia un costado brillante y lujoso, como si el film encarnara una versión audiovisual de esos shows tangueros para turistas. La posibilidad del empalagamiento está siempre presente y dependerá exclusivamente de las papilas de cada espectador.Ese lustre engominado se acrecienta en las escenas de reconstrucción del recorrido profesional y personal del dúo –que van desde el primer encuentro en un club de barrio hasta las peleas fuera del escenario dos décadas más tarde–, pero contrastan en gran medida con la directa, fulminante y lúcida franqueza con la cual María Nieves relata momentos importantes y pormenores de su vida y su relación con Copes. Este último aporta muchos menos minutos en pantalla y, cada vez que lo hace, su aparente seguridad y firmeza de opinión (un tanguero hecho y derecho, al fin y al cabo) nunca logra desarmar el relato mucho más emocional y complejo de su eterna pareja sobre las tablas.Ciertos detalles de la vida de Nieves y Copes –relación con infinidad de vaivenes, desaires y choques a toda velocidad– son expuestos por Kral a partir de un procedimiento de puesta en escena en el cual el artificio no sólo es expuesto como tal, sino que termina formando parte de la apuesta formal en su conjunto: Nieves conversa con los actores y bailarines que la interpretan a ella y a su pareja en diversas etapas de sus vidas. El resultado es una película que nunca deja de interesar pero que, por momentos, parece enamorarse demasiado de sus florituras, como si no creyera suficientemente en la potencia (más que evidente) de la historia que sus protagonistas están contando en la más primerísima de las personas.