Basado en la novela homónima de John Le Carré, cuya traducción más acorde seria “Nuestro tipo de traidor”, no se aleja demasiado de lo ya visto y/o leído de éste autor británico que continua generando expectativas.
El filme abre con imágenes de un bailarín, el cubano Carlos Acosta, en plena ejecución de una danza clásica. Si la intención era instalar esto como metáfora, no alcanza, se diluye rápidamente, por la incoherencia. Si era contrastante, sucedería lo mismo. Si el propósito, en cambio, fue constituirse en una posible variable de lectura, se disipa por ausencia de desarrollo de la idea. En paralelo un acto de violencia, que instalará la idea de mostrar todo a distancia, se agradece no utilizar imágenes de violencia glamorosa, esa que sólo intenta excitar y de mala manera al público, casi sobresaltarlo, esto en ésta producción no sucede, las escenas de acción brillan por ausencia.
Toda la realización está construido de esa manera, simultáneamente, desde el guión todo es demasiado previsible, pero lo que termina de otorgarle un plus de aburrimiento es la estética utilizada, ya que lo inverosímil también dice presente desde el inicio. Una jugada riesgosa por parte de la directora, que no otorga los dividendos necesarios pues se monta sobre un texto falto de desarrollo y/o justificación de los personajes y de las acciones que promueven.
Valdría decir que lo que podría haber sido interesante, pero que fracasa en el intento, es la unión de dos contrafiguras clásicas del cine de suspenso o intriga, por un lado, la figura del arrepentido, un mafioso que viéndose en peligro e involucrada su familia quiere alejarse de la mala vida, pidiendo protección a cambio de denunciar a sus futuros ex jefes. Por el otro, un hombre común en una situación extraordinaria.
Primera gran paradoja. La historia se centra en la relación que se establece entre Perry (Ewan McGregor), un profesor de poesía, y Dima (Stellan Skarsgard), un mafioso ruso, millonario. Que ambos estén en el mismo restaurante en Marruecos es tan injustificado como no creíble. El primero de vacaciones reconciliatorias con Gail Perkins (Naomi Harris, su esposa, una abogada que en medio de la cena debe atender una llamada laboral ¿?...por lo que se retira. Dima está de fiesta con otros personajes dilapidando dinero en bebidas a las que Perry nunca tendría acceso, que acepte una invitación de Dima para continuar la noche de fiesta, es tan inverosímil como todo el resto. La intención oculta de Dima es que Perry lo ayude hacer contacto con la inteligencia británica para pedir asilo para él y su familia que corre peligro, a cambio de información.
El argumento no deja de ser un thriller político con espías, mafiosos, justos y pecadores, nobles y traidores, no desarrollando demasiado a los personajes principales y constituyendo a los laterales de manera demasiado maniqueista, casi insoportable. Una historia que sobrevuela constantemente lo superficial a ultranza.
La producción es poseedora de una muy buena dirección de arte, siendo la vedette en éste rubro la dirección de fotografía, haciendo uso de los espacios abiertos en sentido narrativo, casi como otro personaje jugando como protagonista o antagonista, según la necesidad del relato. También es loable el trabajo realizado en los espacios cerrados creando los climas que necesita para generar suspenso mínimo, en esto último caso muy bien acompañado por la banda de sonido.
Pero lo que realmente sostiene el filme son las actuaciones, muy convincentes los nombrados y con una actuación muy medida y justa de parte de Damian Lewis encarnando a Héctor, el espía inglés que hace de enlace entre el mafioso y el gobierno británico. De la directora Susanna White, cuya carrera está construida en la televisión, sólo con “Nanny McPhee, returns” (2010) como antecedente cinematográfico, poca era la expectativa, de John Le Carré hemos visto textos mejores. Alcanzaría con decir que ambos están en deuda