Las novelas de espioanaje de John Le Carré son una auténtica garantía para el lector y, también, para el adaptador cinematográfico: es difícil que no le salga, al peor director, un film decente con sus historias. Aquí no solo tenemos una historia compleja (una pareja se hace amiga de un lavador de dinero de la mafia rusa que los involucra en un juego de espionaje mortal), sino actores que entienden que la mayor potencia de estas historias consiste en que los personajes sean gente común -o aparentemente común- atrapada en las redes de un poder que no pueden comprender. Eso y conseguir, con las imágenes, reproducir la elegancia que tiene la prosa del autor británico. Sin estridencias, aquí eso está conseguido, especialmente gracias a Ewan McGregor, que comprende bien el juego y los dobleces de un personaje que tiene más profundidad de la que aparenta a primera vista. El juego geopolítico, visto desde la mirada bien humana, resulta un espectáculo comprensible, fascinante y peligroso.