LA FÓRMULA DE LA AMABILIDAD
Podríamos adivinar qué pasará en los 126 minutos de Un vecino gruñón leyendo solo la sinopsis. Y no solo porque se trate de una remake del film sueco A man called Ove (aunque la película también se asume como adaptación de la novela del mismo nombre escrita por Fredrik Backman). El film dirigido por Marc Forster es de esos que se deshacen en sus intenciones: aquí, un hombre bastante huraño, un vecino ejemplar que resulta muy pesado para el barrio, un tipo con habilidad para los trabajos manuales y el arreglo de cosas, pero también alguien con tendencias suicidas debido a una serie de tragedias en su vida con las que no sabe muy bien cómo lidiar. Precisamente ahí surge lo peculiar del relato, lo que lo mueve un poco de cierta planicie visual y narrativa: Otto, el protagonista, no quiere vivir más, e intenta suicidarse constantemente, pero falla. El registro de esos momentos es de comedia negra, o al menos lo intenta, porque lo que aparece es una incomodidad, una indefinición en el tono que saca de la comodidad de todo lo que se ve y oye.
Forster era un poco especialista en este tipo de relatos, como Descubriendo el país de Nunca Jamás, no casualmente escrita por David Magee, también guionista de esta. Y Magee, para más, fue guionista de aquella Una aventura extraordinaria, la de Ang Lee y la del tigre, por lo que entiende cómo construir un relato con fines pedagógicos: aquí lo que tenemos es a un tipo apesadumbrado al que la llegada de una familia al barrio (una familia de raíces mexicanas, para cubrir un casillero de la corrección política, que la película también es eso) le moverá un poco la estructura, lo suficiente como para descubrir la puta que vale la pena estar vivo.
¿Qué hace entonces que todo esto no nos resulte un plato indigesto? Por un lado podríamos decir que la presencia de Tom Hanks le aporta la serenidad de un intérprete con oficio que ha sabido desde siempre despreciar los gestos ampulosos. Y si tenemos en cuenta que es productor de la película (y que como director nos ha entregado films divertidos y amables, pero repletos de lugares comunes, como ¡Eso que tú haces! o Larry Crowne) sabemos que su mirada será clave para que la película no se exceda allí donde puede pisar en falso y ser redundante. Y, por qué no, la química con Mariana Treviño, la nueva vecina tan amable como pesada, funciona estupendamente como para que el contrapunto genere el impacto necesario. Un vecino gruñón es lo que antes se solía llamar un placer culpable, una de esas películas hechas para agradar a fuerza de risas y llantos, una historia para sentirse bien. No hay nada de malo en eso, si se hace con profesionalismo e inteligencia como en este caso. Y esta película es efectivamente eso, cine de fórmula, pero autoconsciente, y por eso mismo controlado en sus excesos.