En 2017 se estrenó Mamá se fue de viaje, una película argentina dirigida por Ariel Winograd y protagonizada por Diego Peretti y Carla Peterson que tenía un punto de partida muy convencional (un papá workaholic que debe hacerse cargo de sus hijos porque su esposa se va de viaje unos días). Pensada por Winograd como un homenaje personal a una de sus series favoritas, Los Simpson, fue un rotundo éxito comercial y produjo una descendencia profusa y –a esta altura ya es justo decirlo– bastante innecesaria, salvo que la única vara para medir sea la del rendimiento comercial. Se filmaron versiones –también muy taquilleras– en Francia, España (con Santiago Segura como figura) e Italia.
De ese hilo sigue tirando ahora Alessandro Genovesi con esta secuela de la remake italiana (suena recargado porque realmente lo es), otro viaje de la mamá de turno, ahora con destino a Laponia, en la gélida Europa del Norte, para que sus hijos se encuentren con Papá Noel.
Hay alguna situación divertida, personajes simpáticos (especialmente la pequeña Bianca Usai, un auténtico prodigio) y, obvio, la extendida cadena de interpelaciones emotivas que son tan comunes en estos casos. El resultado de un producto tan calculado, más allá de cuál sea su destino en boleterías, es olvidable, anecdótico en el mejor de los casos.
Quizás el problema no sea la repetición insistente de puntos de partida tan transitados, sino la falta de imaginación para desarrollarlos con alguna audacia, algo de inventiva que provoque la complicidad de un espectador menos robotizado y tratado como simple presa del algoritmo.