La India es fascinante. Nunca estuve allí, pero el cine de Hollywood me la ha presentado una y otra vez. Las tramas cambian, aunque lo que queda intacto es el componente mágico que viene con lo exótico del lugar. Y cuidado, que con Francia sucede algo similar, pero cabría aventurar que sólo la exoticidad de uno de estos países es a prueba de balas. “Una aventura extraordinaria” no fue hace nada; “Slumdog Millionaire” ni tanto. Este año tuvimos “Un golpe de talento” y yo escribí sobre el manual del éxito y la fórmula bien llevada a cabo. Había algo de trazo grueso en los estereotipos étnicos, pero la frescura de los protagonistas y la solvencia de los secundarios menguaban la falencia. Además, películas como esa tienen la dosis justa de emoción.
Pero Lasse Hallstrom…no podemos pretender que no hay una ‘marca Lasse Hallstrom’ en Hollywood, y allí donde los demás se detienen en la eficacia, el sueco aprieta el tornillo en busca de la emoción. No importa si el film ya llegó a su pico emotivo, para él siempre hay algo más que vale la posibilidad de una lágrima. No es una crítica negativa. Sus herramientas son nobles, y yo mismo puedo reconocer que me ha engañado (elegantemente) en sus films más exitosos (“Chocolat”, con una radiante Binoche y con lo éxotico a flor de piel) y los menos vistos (la olvidada “Un amor, dos destinos”). Seguro que ese extra de cursilería tuvo sus traspiés (el perro y Richard Gere, notablemente), pero nada le impide seguir intentando. Con 2 horas de metraje y 30 minutos de sobra, “Un viaje de diez metros” cumple su cometido: que nos compenetremos con lo que se nos está contando y que queramos un final feliz, aún notando la incoherencia y las libertades que nos conducirán hasta allí.
Dicho esto -y para insistir con Hallstrom- me parece que se trata de una película en la que, para lograr los objetivos, el director se vuelve más que los actores. Se hace cargo de todo, y delinea un recorrido en el que conocemos a los personajes rápida, bruscamente, con trazos gruesos, pero los compramos. Una familia que huye de India ante la destrucción de su restaurante; padre viudo, dos hijos que daría lo mismo si no están, y el tercero, más joven y talentoso: el chef Hassan (Manish Dayal). Llegan a Francia, el auto se les avería en un pueblito y la mujer más bondadosa del mundo, Marguerite (interpretada por la deliciosa Charlote Le Bon que es la versión fílmica de mi amiga Mili Villareal) les da de comer. Abruptamente una dama (Helen Mirren) aparece en plano y pregunta quiénes son esos inmigrantes que terminarán instalando su restaurante de comida hindú en frente del prestigioso restaurante que la dama en cuestión maneja…donde también trabaja Marguerite.
¡Es un cuento de hadas! ¿No están de acuerdo? Hay otros personajes tan instrumentales como los dos hermanos de Hassan, que están allí sólo para hacer ‘tal cosa’ (tomemos el caso del chef del restaurante de Helen Mirren, por dar un ejemplo) y nada más; pero mejor que sobre y no que falte cuando todo transcurre básicamente en un único escenario (la calle que enfrenta los dos locales) y la abundancia de personajes contribuye al componente exótico que venimos mencionando desde el comienzo. Así, el marco contenido, acotado, favorece los aires de cuento de hadas, enriqueciendo las interacciones entre los dos bandos que la película enfrenta constantemente. El choque cultural es la clave y tiene que lucirse; es un elemento que nunca decepciona.
No sé cuántas críticas hablaran de Helen Mirren y de cómo se la banca. Es sabido, y la queremos todos, pero creo que en esta ocasión los actores se vieron limitados por un guión que les otorgó personajes poco complejos para trabajar; y un realizador que, sin quitarles toda posibilidad de expresión, prefirió utilizar esa simpleza en pos de sonrisas y lagrimas. La historia se puede contar (yo la deslicé por ahí), pero “Un viaje de diez metros” termina por ser más un cúmulo de momentos –emotivos todos, tamizados por los sabores y olores de toda la comida que vemos en pantalla- que una trama completa a reconstruir. Momentos que tienen más de fantasía que de realidad. No digo esto de forma negativa, sino tratando de comprender cómo la película se presenta ante nosotros, y lo que pierde y gana por elegir ese camino.