Desde el último año, la industria del entretenimiento (particularmente Hollywood) viene atravesando una serie de cambios que están marcando un significativo y necesario avance. Ya sea que responda a un interés de mercado o a un genuino mea culpa hollywodense, se volvió imperante repensar los roles asignados históricamente delante y detrás de cámaras, así como buscar una mayor diversidad a la hora de representar a todo el mundo.
Disney lo entendió mejor que nadie y se adelantó a la competencia, entregando la dirección de este proyecto a Ava DuVernay. Por primera vez, una mujer de color contó con el presupuesto para una producción de esta escala, además de una notoria libertad creativa. Un viaje en el tiempo (A Wrinkle in Time, 2018) es la adaptación a la pantalla grande de una novela homónima de 1962, la primera de una saga de libros infantiles. DuVernay se encargó de elegir un reparto diverso en los roles principales y centrar la maquinaria publicitaria del film alrededor de dicha decisión, quizá su mayor mérito.
Como suele ocurrir con las novelas de fantasía trasladadas al cine, la película no llega a sentar las bases de un mundo que se adivina complejo y lleno de sentido en su contraparte literaria, pero que queda a mitad de camino en los 109 minutos de duración del film. Temas como la ansiedad y la depresión infantil son tratados de manera algo perezosa y aleccionadora, dejando un mensaje esperanzador a través de las aventuras de dos hermanos.
Storm Reid sobresale en el rol estelar de Meg, una adolescente brillante pero insegura, que sufre bullying en la escuela. La misteriosa desaparición de su padre en circunstancias poco claras (tanto para los personajes como para el espectador) es el disparador de esta historia que mezcla fantasía y ciencia como si se trataran de la misma cosa. El hermano adoptivo de Meg, un pequeño prodigio llamado Charles Wallace, es quien parece tener todas las respuestas a los interrogantes que van surgiendo. Junto a un amigo que, literalmente, “pasaba por ahí”, Meg y Charles Wallace se embarcan en un viaje místico para intentar encontrar a su padre y traerlo de regreso. En su búsqueda, los jóvenes protagonistas cuentan con tres guías espirituales que los acompañan y les aconsejan: Reese Whiterspoon, Oprah Winfrey y Mindy Khalil son las señoras Qué, Cuál y Quién, pintorescos personajes llenos de sabiduría y dotados de extraños poderes.
El clásico espíritu de las películas familiares de Disney está presente, pero el ritmo de la historia no llega a construir un relato atrapante. La resolución de las situaciones tiende a caer en lugares comunes y excesivamente melosos, reforzando el efecto en cada escena con una música especialmente compuesta para la ocasión.
En un insólito comunicado, la directora de la película nos pide, antes de adentrarnos en su creación, no perder de vista que se trata de una película para chicos. Tal vez no tan lejano a lo que veíamos en los ochenta con La historia sin fin (The Neverending Story, 1984) o Leyenda (Legend, 1985), el resultado final no deja de ser algo decepcionante para una producción de este calibre, de la que se esperaba tanto.