Uno desconoce qué tan popular es en estas latitudes la novela “Una arruga en el tiempo”, escrita a principios de la década del ‘60 por Madeleine L'Engle. Sí, lo es, en Estados Unidos, y desde hace mucho tiempo, de manera tal que una adaptación por parte de los Estudios Disney seguramente habrá generado mucha expectativa. Claro, al no tener una referencia concreta de su impacto social, sólo queda leerlo antes, por curiosidad, y luego ver la película.
Sin tener en cuenta la fidelidad de la adaptación podemos decir que estéticamente “Un viaje en el tiempo”, tal su título vernáculo, es a nuestros días la película más “El mago de Oz” que se haya visto en mucho tiempo, es decir, desde el punto de vista de la concepción general, como si se hubiese filmado hace cincuenta o sesenta años y guardado en un armario desde entonces para estrenarla hoy. Con ese nivel de inocencia es lógico que los gestos de sorpresa de los tres chicos protagonistas superen ampliamente a lo que el espectador ve en la pantalla. Como si estuviesen fuera de registro, pero vayamos al grano.
Luego de la corta introducción, que muestra el amor reinante en la familia, Murry avanzamos cuatro años más adelante, y nos encontramos con el dolor de mamá Kate (Gugu Mbatha-Raw) y sus dos hijos, Meg (Storm Reid) y su hermanito de seis años Charles Wallace (Deric McCabe), por la literal desaparición de papá Alex (Chris Pine) cuando este investigaba (junto con mamá) el fenómeno de “teserear” (llamémoslo experimento físico-cuántico mejor) para tratar de descifrar los enigmas del cosmos.
El primer cuarto de hora será justamente para hablar del dolor, especialmente a través de Meg que está atravesando el cambio a la etapa adolescente con padecimiento de incomprensión adulta, acoso de sus compañeras de colegio, y enamoramiento de un chico incluidos en el combo.
De pronto, de la nada, sin instalación previa y sin explicación, se aparecen tres seres mágicos (o entes, o hadas, etc): la señora “Qué” (Reese Witherspoon), la señora “Cuál” (Oprah Winfrey), y la señora “Quién” (Mindy Kaling). La idea es llevar a los hermanos y al pibe lindo de quien ella gusta, Calvin (Levi Miller). que justo pasaba por ahí, de ir a buscar al papá. No hay casi presentación de estos personajes, simplemente llegan. Listo. Y los chicos asumen su presencia con bastante naturalidad. La búsqueda ocurre en el lugar descubierto por Alex, una suerte de paraíso ubicado en el desdoblamiento del espacio-tiempo y al cual se llega “encontrando la frecuencia y dejándose ser uno mismo” (¡bueh, ponele!).
“Un viaje en el tiempo” sigue la premisa de transmitir un mensaje a favor de la unión de la familia, la diversidad (mamá es negra, papá blanco, Charles se adivina de rasgos latinos), y tratar de ser uno mismo, ser un guerrero defensor de la esencia. Este mensaje será repetido varias veces en esta aventura que descansa mucho más en el texto que en la acción, tal cual lo hacían productos del estilo como “El mago de Oz” (1939) o “Laberinto” (1986) y “El cristal encantado “(1982), ambas de Jim Henson.
Un gran recorrido por una vasta extensión sorteando algunos peligros o vicisitudes que en la mayoría de los casos dejan una lección aprendida. Es probable que el público más chico pueda sorprenderse y aprovechar mejor esta aventura, si es que no se aburren de tanto parlamento. Por lo demás, tanto el registro actoral como la puesta suenan y se ven autoconscientes de no querer ser una gran producción de alto potencial dramático ni de efectos especiales, pero a esta altura del partido, uno se pregunta si le conviene esa impronta. La taquilla tendrá el veredicto