ABURRIMIENTO UNIVERSAL
No deja de ser interesante que en la Argentina se hayan estrenado el mismo día Ready Player One y Un viaje en el tiempo. Ambas son adaptaciones de novelas sumamente populares y abordan cuestiones referidas a los marcos de interacción entre distintos mundos. La diferencia decisiva, sustancial, pasa por quién dirige cada película. Mientras en el primer caso tenemos a un realizador como Steven Spielberg, con ideas potentes y complejas sobre la concepción de la aventura, la imaginación y la creatividad; en el segundo hay una directora que tiene relativamente claro qué decir, pero no cómo decirlo.
Y eso que había cierto material noble en la novela de Madeleine L’Engle, centrada en Meg (Storm Reid), una joven cuyo padre científico (Chris Pine) desaparece misteriosamente y que en compañía de su hermano menor y un amigo, y con la ayuda de tres seres celestiales –interpretadas por Oprah Winfrey, Reese Witherspoon y Mindy Kaling- emprende una búsqueda que la hará viajar por el tiempo y el espacio. Pero Ava DuVernay –que venía de entregar un biopic limitado pero relativamente interesante como Selma– delinea un relato más preocupado por decir un montón de cosas pero no por construir una aventura aunque sea mínimamente atractiva.
En Un viaje en el tiempo hay un peso abrumador por parte del discurso hablado, que pretende transmitir concepciones sobre el tiempo, el espacio, el amor, los vínculos familiares, las relaciones paterno-filiales, la amistad, la hermandad, el Bien, el Mal y un largo etcétera. Lo que no hay –o a lo sumo aparece a cuentagotas- es sentido del peligro, tensión, incertidumbre o humor, que son componentes esenciales de la aventura y las narraciones infantiles. Tampoco una mínima conciencia del poder de la imagen como medio de transmitir sentido o construir un imaginario sólido. Sí hay muchas imágenes bellas, en las que se intuye un trabajo sobre el color y la composición casi obsesivo, pero todo eso forma parte de un entramado estético vacío, hueco, casi banal.
De ahí que Un viaje en el tiempo acumule secuencias como si cosiera parches, en una historia que insinúa mucho pero termina entregando poco más allá de un mensajismo tan bienintencionado como superficial. Hay un elenco repleto de estrellas -Michael Peña, Gugu Mbatha-Raw, David Oyelowo y Zach Galifianakis también andan por ahí-, un diseño de producción imponente y mucho sentido de autoimportancia, pero ninguno de los personajes tiene un recorrido atrayente o sorprendente (todo es extremadamente previsible), el movimiento está ausente –es llamativo cómo prevalece el estatismo, incluso cuando los personajes se mueven- y solo en algunos pasajes se genera algo de empatía con lo que ocurre en pantalla. Para colmo, la premisa se va revelando como limitada, todo se resuelve muy rápido y el film solo sabe estirar las acciones, especialmente hacia el final, que es hasta agotador en su voluntad por hilvanar múltiples cierres.
La sensación general que transmite Un viaje en el tiempo es la de ser uno de esos aburridos videos didácticos que se les hace ver a los pibes en las escuelas para enseñarles sobre algún tema en particular o hacer pasar el tiempo. Solo que claro, con un abultado presupuesto y muchas canciones insertadas para vender discos. Para construir un cuento infantil en el cine, no solo se necesitan estrellas y muchos millones de dólares, sino también talento, algo que DuVernay por ahora no parece tener. No es raro entonces que el resultado sea un film impostado, soporífero e intrascendente, que explica y repite todo, y liquida la posibilidad de la aventura casi desde el primer minuto.