Mundos colisionados
Basada en el best seller de Madeleine L'Engle, Un viaje en el tiempo (A wrinkle intime, 2018) de Ava DuVernay (Selma: El poder de un sueño), ejemplifica todos los excesos y errores que se deben evitar a la hora de crear una historia en la pantalla grande.
Si bien en su origen literario se desarrollaban ideas relacionadas a la búsqueda de la fuerza interior para descubrir el verdadero sentido e identidad propia, denotando un claro sentido de autoayuda, cuenta una “leyenda” que la autora tuvo que soportar 26 rechazos antes que se publicara finalmente la historia. Las críticas apuntaban a ser demasiado “diferente” hasta lo publicado en 1962. Esa diferencia no se plasma en la trasposición cinematográfica, ya que DuVernay apela al desborde visual y el mal manejo de la fantasía, que terminan resintiendo el mensaje familiar y políticamente correcto escondido en su fuente de inspiración.
La historia de Un viaje en el tiempo se impulsa a partir de la búsqueda que la pequeña Meg (Storm Reid), realiza de su padre (Chris Pine), a quien hace cuatro años dan por muerto. Además de esa necesidad por saber qué pasó con este brillante investigador, quien descubrió la posibilidad de viajar en el tiempo con la mente, Meg deberá lidiar día a día en la escuela para ser aceptada.
Cuando una noche recibe junto a su madre y hermano la visita de una extraña presencia en forma de mujer (Reese Witherspoon) asumirá que el extraño viaje que le propone realizar puede ser la salida a la inexplicable situación en la que su padre desapareció. Así, una primera etapa del relato, pedagógica, sin sobresaltos, es dejada rápidamente de lado para construir un exceso visual en el que otras dos mujeres (Oprah Winfrey y Mindy Kaling) guiarán sus pasos por la travesía en tiempo y espacio, desarrollando un espectáculo visual impactante pero que no logra transmitir nada.
El progreso narrativo, lento, va configurando el espacio para que Meg, su hermano y un “amigo” comiencen con la pesquisa en un lugar/no lugar evitando que la oscuridad los atrape y retenga. Las bajadas de línea sobre la diferencia, el aceptarnos y aceptar al otro, como también la búsqueda de la luz interior, son sólo algunos de los ítems con los que Un viaje en el tiempo configura un entramado de sentido que se desmorona por la falta de asidero de sus ideas.
Ava DuVernay deja de lado la habilidad para construir historias potentes, inspiradas en hechos reales, para sumergirse en el universo que L’Engle, una novela inabarcable y casi imposible de adaptar y que ha permanecido en el imaginario americano durante décadas como referente. Jennifer Lee (Frozen, una aventura congelada, Ralph el Demoledor) fue la encargada de trasponer el relato, y así como en sus anteriores producciones se destacaba la sencillez y emoción, aquí está todo tan digitado y sin pasión que se termina por construir un híbrido que no cierra por ningún lado y que de la calidez pasa a la frialdad sin puntos intermedios.
La utilización constante de la banda sonora para crear empatía en el espectador, habla mucho de este eterno videoclip que busca sensibilizar a la audiencia con un mensaje sobre la aceptación y la identidad, pero que genera lo contrario al no ser honesto con aquello que narra. El exceso y pirotecnia visual tampoco aportan sentido. Por el contrario, se construye un espectáculo kitsch, que tampoco puede ser disfrutado como consumo irónico, ya que por momentos se toma tan en serio aquello que relata como dogma, que revierte esa posibilidad.