En los papeles -por lo menos en los del guión que Cameron Crowe y Aline Brosh McKenna concibieron a partir de una suerte de libro de memorias-, lo que se vislumbra es un producto pensado a la medida de ese sector de público que Hollywood llama familiar, y lo que se teme, un derroche de sensiblería. Si algo cabe reconocerle al director de Casi famosos es que haya podido controlar en buena medida ese desborde, aunque eso no significa que también haya logrado desprenderse de los clichés, convencionalismos y trampitas manipuladoras contenidos en la historia. Aquí hay chicos, un papá joven que debe sobreponerse a su reciente viudez, animales de todo tipo, pelaje y tamaño, un poquito de aventura, mucha gente de buen corazón, un villano que en el fondo no lo es tanto, algunos indicios de conflicto que se resuelven pronto y fácil, algunos romances que se ven venir casi desde el principio, algún humor y una historia improbable pero lo suficientemente inocua y simpática como para que haya quien le perdone los lugares comunes. El público suele ser generoso. Un zoológico en casa es una típica, bienintencionada e ingenua fábula tipo Hollywood: cualquier parecido con la realidad es puramente accidental.
Lo paradójico es que todo parte de una historia real. El inglés Benjamin Mee, ex columnista de The Guardian y actual director del Zoológico Dartmoore, en Devon, Inglaterra, ha contado en entrevistas, en documentales y en el libro que inspiró esta película la pequeña epopeya de su familia: hace cinco años, los Mee compraron ese parque de 250 hectáreas al que se mudarían Ben, su esposa (que falleció tiempo después) y los dos hijos de la pareja, además de la abuela (viuda reciente, pero muy animosa a los 76 años) y el sensato tío Duncan. El guión introdujo modificaciones: cambió Inglaterra por California, olvidó a la abuela y convirtió a Benjamin en viudo, pero conservó algunos episodios vividos por el grupo en su afán por recuperar ese zoológico privado que estaba fuera de servicio.
Esos episodios fueron volcados en el molde del film familiar, lo que quiere decir que hay material para complacer a todos. A todos los que acepten la convención. Los animales y los chicos, claro, tienen mucho que ver: unos aportan su exotismo y sus travesuras; los otros alimentan los momentos tiernos o dan motivos para deslizar algún mensaje edificante. Crowe se esfuerza por evitar la sobredosis de azúcar y a veces lo consigue. Ya se sabe de su sensibilidad para abordar historias sencillas de gente común y de la generosa mirada que suele echar sobre los humanos. Aquí, ya que es una fábula, puede distribuir felicidad a manos llenas. Nada será demasiado grave, ninguna situación dramática pasará del susto, habrá soluciones milagrosas para los apuros financieros y bastará la buena voluntad y el trabajo responsable para sacar al zoológico de su decadencia. En cuanto al vacío sentimental del joven viudo (al que Matt Damon dota de algún espesor humano a fuerza de convicción) y la rebeldía del hijo mayor que no supera la pérdida de su madre (Colin Ford), no hay por qué preocuparse: para algo andan por ahí Scarlett Johansson (siempre sonriente) y Elle Fanning, su linda sobrinita.
Todo muy liviano y aleccionador ("Siempre es posible empezar de nuevo"), pero el film agrega poco y nada al currriculum de Crowe.