Aventura inusual con técnica deslumbrante
Basada en una novela de Yann Martel, «Pi: una aventura extraordinaria» narra las penurias de un náufrago adolescente que sobrevive 227 días en un bote con un tigre de Bengala como único acompañante. Este hecho insólito es presentado como totalmente verídico, a lo que hay que agregarle toda una serie de cosas aún más extraordinarias, empezando por detalles como que el tigre, última adquisición de un zoológico indio que debe mudar sus animales al Canadá, no está en absoluto domesticado, amaestrado ni nada por el estilo.
En este caso no hay dudas sobre lo extraordinario de la historia, pero lo que hay que decir antes que nada es que las imágenes son asombrosas, ya que están filmadas desde el punto de vista del protagonista humano, Pi, que de adolescente se interesaba en todas las religiones, al punto de «agradecerle a Vishnu por haberle hecho conocer a Cristo», y que ya adulto asegura al escritor que lo quiere entrevistar que su relato le hará creer en Dios.
De ahí que la odisea de este chico que debe tratar de sobrevivir en medio del océano más preocupado porque no se lo coma el trigre que por los tiburones, haya sido concebida por Ang Lee poniendo el énfasis en cosas muy distintas a las de cualquier otra película de temas similares. Para lograr esto, uno de los principales recursos técnicos del director de «El tigre y el dragón» es el uso más imaginativo del 3D que se haya visto nunca, tanto en lo estético como en lo narrativo, ya que la estereoscopia hace que la extrema exposición de Pi a las fuerzas de la naturaleza exploten en la pantalla de un modo inédito. En sus momentos culminantes, las imágenes cortan el aliento. No tiene sentido intentar explicarlas, hay que verlas.
Aquellos que creen que el cine es, ante todo, imagen, disfrutarán especialmente esta obra maestra que, además, es un desafío técnico imposible de apreciar del todo sin verla varias veces. Pero de todos modos este punto es secundario, ya que el gran don de Ang Lee es el de saber usar todas las herramientas tecnológicas para llenar la pantalla de imágenes alucinantes, místicas, terroríficas y maravillosas que no aparecen de un modo gratuito, sino que están totalmente justificadas para llevar al espectador al concepto principal de esta aventura sólo simple en apariencia.
Es que para llegar al naufragio hay que pasar por toda la vida de Pi, que de chico se ocupa en la clase de matemáticas de la escuela para que sus compañeros no lo llamen Pis (su raro nombre de pila es Piscine, por la piscina favorita de su tío). Y que cuando llega un tigre de Bengala al zoológico de su padre, no vacila en desobedecer las normas de seguridad para meterse en la guarida de Richard Parker -es decir, el tigre, llamado así por un error burocrático- para verlo de cerca apreciándolo como una de las grandes creaciones divinas. Una de las mejores escenas no tiene nada que ver con el mar, sino con el castigo del padre de Pi mostrándole la naturaleza salvaje del felino para que entienda que un tigre jamás será su amigo.
Es que para desarrollar el concepto principal, el guión se toma todo el tiempo necesario antes y después del naufragio, lo que le da al film un aire clásico que finalmente tiene puntos en común con las grandes películas de aventuras.
Ni hay que decir que el personaje más carismático es el increíble tigre digital, pero los humanos tienen que estar a su altura, sobre todo el joven Suraj Sharma (también tiene un papel breve Gerard Depardieu). Para dejar de hablar de lo visual, hay que mencionar el notable score musical de Mychael Danna, otro de los puntos fuertes de esta película asombrosa.