Buscando a Dios en bote
Las películas que desbordan de efectos visuales tienden a compensar con recursos de producción costosísimos la escasa, por no decir nula, riqueza de sus historias. Por eso merece celebrarse una excepción a la regla como Una Vida Extraordinaria, proeza fílmica hollywoodense que aúna los talentos de una multitud de artistas encabezada por el director taiwanés Ang Lee. Por muchos años este proyecto de Fox 2000 Pictures basado en la novela de Yann Martel fue pasando de mano en mano sin llegar a cristalizarse por varios motivos. En 2004 M. Night Shayamalan aceptó hacerse cargo del guión y la dirección pero se desligó para rodar La Dama en el Agua; en 2005 el interesado fue el mexicano Alfonso Cuarón aunque finalmente prefirió filmar Niños del Hombre; en 2006 fue contratado un tercer director, el francés Jean-Pierre Jeunet, pero a la larga también renunció. El cargo quedó vacante hasta que en 2009 se designó a Ang Lee como nuevo director. Más de tres años requirió la preparación de los elaborados efectos CGI implementados por la muy ducha empresa Rhythm & Hues Studios. Tantos meses de investigación dieron sus frutos en todas y cada una de las facetas visuales de la obra. Pero el triunfo más rotundo es la creación virtual del tigre Richard Parker, casi tan importante como Pi, el protagonista. Posiblemente Una Aventura Extraordinaria no se hubiese podido llevar a cabo sin él. Analizando todos estos pormenores resulta evidente que las postergaciones jugaron a favor de la película. Hace diez años hubiese sido imposible semejante logro técnico. Además el fantástico uso del 3D le permite a Lee y a su equipo potenciar la belleza, el lirismo y la majestuosidad de un relato tan simbólico como conmovedor.
Una Aventura Extraordinaria desarrolla maravillosamente un tema clásico como el viaje iniciático. O, si prefieren, el Camino del Héroe. Las películas que se apoyan en este complejísimo andamiaje narrativo están por lo general muy conectadas a la fábula, a la mitología y a la fantasía pero el subtexto resuena muy profundo en el inconciente colectivo. Cuando la técnica está bien aplicada el espectador se identifica plenamente con la transformación interna del héroe. El filme de Ang Lee pertenece a esa clase de relatos que se ponen en marcha por intermedio de un personaje –generalmente el protagonista- que en el presente cuenta sus grandes hazañas mediante un extenso flashback. El guión entra y sale de ese flashback cada vez que la acción requiere de una pausa o de una breve reflexión sobre lo acontecido hasta entonces. No es necesario aclarar que dicha narración está teñida de subjetivismo y que lo que se cuenta puede ser real, imaginario, simbólico o una mezcla de cada cosa (como ejemplos podemos citar a Forrest Gump, Titanic, El Gran Pez o la reciente El Hobbit: Un Viaje Inesperado). En este caso el narrador es Pi en su edad adulta (interpretado por Irrfan Khan) y el oyente un escritor (Rafe Spall) empeñado en hallar material fresco para una novela. El trasfondo filosófico del libro de Yann Martel le cae de perillas al guionista David Magee que ha escrito una adaptación sensacional que acaba de ser recompensada con una nominación al premio Oscar. Es dable agregar que Una Aventura Extraordinaria ha conseguido un total de 11 nominaciones, entre las cuales se encuentran Mejor Película, Mejor Director, Mejor Fotografía y Mejores Efectos Visuales. Sólo la ha superado Lincoln, de Steven Spielberg, con apenas una nominación más.
La información que se va sembrando sobre Pi desde su infancia hasta el naufragio que marca su vida en la adolescencia configura una crónica detallada y fascinante sobre un sujeto para nada convencional. Estamos hablando de un ser por demás inteligente, ávido de conocimiento y con muchas inquietudes sobre las religiones. A través de ellas Pi (Suraj Sharma) busca encontrarle un sentido al mundo pero como bien le advierte su padre Santosh (un formidable Adil Hussain) no es posible que el hinduismo, el catolicismo y el islamismo coexistan en un solo individuo. Pero Pi es joven, como se apresura en justificar su madre Gita (Tabu), y sólo está buscando una respuesta que lo conforme espiritualmente. El muchacho reside con sus padres y su hermano mayor Ravi (Vibish Sivakumar) en Pondicherry, región de la India que formaba parte del Imperio Colonial Francés. Durante un largo tiempo papá Santosh mantiene a los suyos gracias a un zoológico del que es propietario. Hasta que las circunstancias lo obligan a venderlo para emigrar al Canadá donde le han prometido un puesto de trabajo. Apenado por dejar atrás su cultura, su ciudad y su novia, Pi aborda junto con su familia el carguero japonés Tsimtsum. También son trasladados al barco muchos de los animales del zoológico para ponerlos a la venta en el continente americano. Tras unas pocas escenas de transición –la más trascendente la discusión con el cocinero brutal que encarna Gérard Depardieu- se desata la tormenta cuya furia provoca el hundimiento del Tsimtsum. Pi sobrevive milagrosamente pero todos los demás perecen. E imaginen su sorpresa cuando descubre que en el bote salvavidas se ha escondido Richard Parker, el tigre de Bengala con el que su padre le enseñara una inolvidable lección siendo un niño para hacerle comprender la naturaleza salvaje del animal. Aquí empieza la verdadera epopeya de Pi al experimentar una profunda transformación interior a partir de las situaciones extremas que le tocan vivir en los 227 días que permanece solo en medio del océano, dependiendo de muchos factores externos y de su propia habilidad para subsistir.
El guión rebosa de peripecias dramáticas vinculadas a la supervivencia y a la áspera convivencia con el tigre que no acepta mansamente la presencia de Pi en el bote. Cada secuencia es una obra de arte pensada por Ang Lee con una imaginación admirable y diseñada por el equipo técnico (la dirección de fotografía del chileno Claudio Miranda es de un preciosismo asombroso y creo que ya tiene el Oscar asegurado) con un afán de perfección notable. La película causa un embeleso sensorial constante –la música de Mychael Danna colabora sobremanera para que así sea- y realmente deja un sedimento en la audiencia. El todo conforma un núcleo homogéneo y coherente en el que lo exótico comulga con lo sorpresivo pero siempre atendiendo una línea argumental fundamentada en la espiritualidad que además está excelentemente tratada para la comprensión de los miembros más chicos de la familia. Una Aventura Extraordinaria, por si no ha quedado claro, fusiona forma y contenido con la brillantez de las más espléndidas obras del género. Para Ang Lee seguramente será un hito en su carrera, siempre propensa a indagar en los pliegues más recónditos de la humanidad. En lo eventual se me ocurre que será difícil que entregue un film de una calidad superior a éste. Un elogio que en raras ocasaiones suelo dispensar...
A esta altura encontrar una mínima originalidad en el cine es casi utópico pero la esperanza nunca se pierde, y de cuando en cuando una historia como la de Una Aventura Extraordinaria nos recuerda por qué nos enamoramos de este bendito arte. Y así, como espectadores, subsistimos también nosotros…