Mirando a Dios a los ojos
Decimos que un árbol o una casa o la curva muy distante de un río tienen belleza. Y por medio de la comparación sabemos qué es la fealdad al menos eso es lo que creemos. ¿Pero es comparable la belleza? ¿Es belleza aquello que se ha hecho evidente, que se ha manifestado? (...) ¿Es la belleza una mera familiaridad con lo conocido o es un estado del ser en el que puede existir o no la forma creada?
(Jiddu Krishnamurti, “El arte de vivir”).
Ahora que Ang Lee se llevó el Oscar al Mejor Director por “Una aventura extraordinaria” (originalmente titulada “Life of Pi”) recrudeció la pregunta de quienes sólo han visto el trailer: “¿Por qué tanto para una película sobre un pibe y un tigre en un bote? ¿Cómo sostienen dos horas con eso?” (por cierto: también ganó las estatuillas a Mejor Fotografía para Claudio Miranda, Mejor Banda Sonora para Mychael Danna y Mejores Efectos Visuales para Bill Westenhofer, Guillaume Rocheron, Erik-Jan de Boer y Donald R. Elliott). Si hasta suena como el principio de un chiste verde...
Pero no: el multifacético Ang Lee construye un relato atrapante sobre el guión de David Magee, basado a su vez en la novela de Yann Martel. Y sí: el grueso de la película es sobre un pibe en un bote con un tigre...
Punto crucial
El título en inglés ya nos introduce en el nombre del protagonista, Pi Patel, en realidad Piscine Molitor Patel, nombre debido a la recomendación que el mejor amigo de su padre le hizo a este de la piscina pública de París, su favorita...
El tiempo de la narración es el presente, cuando un escritor frustrado llega a un Pi adulto por recomendación de aquel amigo, que le dijo que había un indio en Canadá con una historia que le haría creer en Dios. Y así, en un día compartido, Pi dejará caer retazos de su vida, que comienza con el aprendizaje de centenares de decimales del número Pi (una representación de lo infinito y de lo indeterminado) para asociar su nombre a éste y despegarlo de las crueles referencias a la orina de sus compañeros de escuela.
La misma vida que lo hará familiarizarse con el hinduismo de su familia, para luego meterse en el islam del barrio musulmán de su ciudad natal y engancharse con el Jesucristo del que le hablaba un sacerdote católico. “La búsqueda de Dios, de la verdad o como guste uno llamarlo y no la mera aceptación de la creencia y el dogma es la verdadera religión”, escribió el autor del epígrafe que abre este texto.
Pero todo en esta historia es un crescendo hacia el momento crucial de esa vida: el naufragio del buque de cargo japonés en el que viajaba con su familia y los animales del zoológico que ésta poseía (ya había dejado atrás su patria y su primer amor) y quedando sólo en un bote salvavidas con Richard Parker, un majestuoso tigre de Bengala, con quien tendrá que aprender a convivir para salir de su odisea.
Los rostros de la belleza
El joven Suraj Sharma (Pi joven) es una de las herramientas clave de Lee a la hora de sostener el relato, ya que el grueso de la trama se basa en sus peripecias en solitario, y de los sentimientos que logra transmitir (la mayor parte de la participación del tigre es animación digital, lo mismo que muchas de las inclemencias y vicisitudes). De todos modos, el resto del elenco acompaña: Irrfan Khan como Pi adulto, Adil Hussain y Tabu como sus padres, Rafe Spall como el escritor y la aparición brevísima de Gérard Depardieu como el cocinero del barco (que de todos modos es importante a la hora de ciertas reconstrucciones posteriores).
De todos modos, la mayor apuesta es el despliegue visual, expandido en el 3D. Desde las texturas y colores del zoológico en el comienzo, a la original Piscine Molitor (con el tío postizo Mamaji nadando como si estuviese en el cielo), el encuadre, la fotografía, la postproducción digital y los efectos especiales apuntan a una exacerbación de la belleza en todas sus formas.
Lo cual explota en toda su intensidad en los largos días de soledad: el cielo estrellado arriba y abajo, al reflejarse en un día calmo (con sólo el bote quebrando la simetría), las medusas luminiscentes, la infinita locura del mar en un día de tormenta: una tormenta que puede matar, pero que no deja de fascinar a Pi, quien encuentra belleza incluso en ella, incluso después de que una tormenta así se llevó el barco y con él todo lo que conocía.
Por supuesto, las escenas de naufragio recuerdan mucho a las de la “Titanic” de James Cameron, cuya empresa aportó la tecnología 3D. Y aunque acá dura mucho menos, la furia de la naturaleza se hace sentir en todo su esplendor, aunque (curiosamente) el camino para mostrarlo sea lo último en recursos digitales.
Pero para que la experiencia sensorial sea completa, se luce también el trabajo de la edición sonora, y la premiada banda sonora de Danna, que crea climas especiales, particularmente en la vida cotidiana de la India, el pulso de un mundo perdido.
Esencia de verdad
El final (que aquí no “quemaremos”) nos introducirá de manera sutil, casi mínima, un quiebre inesperado, que resignificará todo el relato. A esa luz podemos ver cómo el guionista y el director juegan durante todo el filme con la “suspensión de la incredulidad”, un poco (salvando las distancias) a la manera en que Radu Mihaileanu lo hizo en “Tren de vida”.
Justamente ese filme de Mihaileanu, junto con “La isla siniestra” de Martin Scorsese y “Sucker Punch Mundo surreal ” de Zack Snyder son algunos de los filmes que miran desde otra perspectiva la idea de la “fuga psicogénica” de David Lynch. Pero si el juego de Lynch entre “lo real” y el producto de la mente es abstruso, el de Snyder juega con su carácter explícito y el de Scorsese y Mihaileanu apuestan a la sorpresa, Lee y Magee toman este último camino pero para ir más allá, a una instancia de autoconsciencia: “¿Qué historia prefieres?” tal vez sea “la pregunta que organiza el texto”, como diría un pensador contemporáneo.
Lo cual de alguna manera lleva a discutir de qué materia está hecha la realidad, especialmente cuando se lo ha perdido todo, y cuando en medio de una tormenta terrible se puede ver la belleza de la Creación, o del Universo increado: entonces es cuando se puede finalmente mirar a Dios a los ojos.