De extraordinario más bien poco
En algún momento más o menos inmediato, las que aparecen son las ganas de que -de una buena vez- comience la aventura. Es decir, ¿para cuándo el momento donde niño y tigre comparten un bote en alta mar? Porque para ello, primero, toda una moralina religiosa con la que condimentar. También en el desenlace. ¿Entonces?
Entonces lo acostumbrado. Una historia extraordinaria se asemeja a un cuento bíblico para niños y niñas. Con un héroe indio que, luego de caminar en la búsqueda de tantas religiones como sea posible, habrá de sobrevivir a una experiencia que le permita precisar que todas estas religiones son, justamente, posibles por necesarias. Y él las practicará a todas. En otras palabras, corrección política y de a montones. Es decir, once nominaciones para el próximo premio Oscar.
En el medio de tanta palabrería, la travesía. Plasmada desde un 3D de asombro, plena de situaciones terribles como bellas. Hay momentos muy azules. Otros verdes. También nocturnos. Con el Pacífico como gran escenario, ilimitado, feroz, capaz de engullir una embarcación completa, así como de guardar en su seno la magnificencia de una ballena, la dentellada de tiburones, la coreografía de delfines, un aluvión de peces voladores.
Todo esto como consecuencia del naufragio del viaje donde el joven Pi junto a su familia abandonan India para una nueva vida, con todos los animales del viejo zoo del padre abordo. De toda la tripulación, sólo Pi y el tigre sobreviven. La embarcación es pequeña y el hambre es mutua. Cada uno buscará marcar su territorio, a la vez que encontrar maneras de sobrevivir.
Para culminar en un final "sorpresa" donde todo termina bien porque hay una familia construida.