Una cosa es que las imágenes del film sean bellas y que se haga un uso creativo del 3D; la otra, que Ang Lee haga honor a la narración. La historia se concentra en la hora y media en la que un joven queda a la deriva en un bote, tras un naufragio, conviviendo con un tigre de Bengala. Pero el tema es más amplio: la necesidad de sobrevivir a cualquier costo, el peso de la fe en ello, cómo se cuenta una historia y por qué un cuento es atractivo. El triunfo de Ang Lee consiste en que comprendamos que ahí hay una gran historia; su fracaso, en que eso no redunda en una película que nos atrape invariablemente. Derivas, simbologías, necesidad de afirmar y sobre explicar lo que queda claro con el puro esplendor visual atentan contra lo que, con más concentración, sería una perfecta aproximación a los mundos de Julio Verne o de Emilio Salgari, que parecen funcionar, desde las primeras secuencias, como modelo. Pero la indecisión del realizador lleva el proyecto, en gran parte, a la deriva.